Poco relieve pero muchos trofeos
El rey Juan Carlos presidió el festejo conmemorativo del Bicentenario en el que triunfaron Hermoso y Miguel Ángel Perera
12.08.12 - 00:14 -
Ataviados a la usanza goyesca aparecieron en el ruedo todos los actuantes de esta corrida, conmemorativa de la Constitución que se redactara en Cádiz durante las bélicas jornadas de aquel recordado marzo de 1812.
A lomos de un bello caballo tordo, Pablo Hermoso de Mendoza templó con destreza y suavidad las primeras acometidas de la res. Acto seguido, montado sobre la perla de su primorosa cuadra, el caballo Chenel, verificó un antológico tercio de banderillas, compuesto de quiebros milimétricos dibujados en la misma cara del toro. Sutiles siluetas en las que ofrecía, siempre con desgarrada pureza, el pecho del equino. Después, salía de la comprometida reunión con recortes inverosímiles junto a tablas, como si la cola y las ancas del caballo constituyeran auténticos engaños de percal. Lucida lidia en la que Hermoso supo aprovechar la noble, acompasada e incansable embestida del toro, al que solo le faltó mayor grado de transmisión. Adornos finales y caricias en la testuz sirvieron de prólogo a un certero rejón de muerte.
El cuarto de la tarde resultó ser un toro manso y de escasa codicia en la persecución de la cabalgadura. Pero ello no constituyó óbice para que el rejoneador navarro volviera a ofrecer un nuevo capítulo de su excelso repertorio. Hubo de permitir que la res se acercara mucho en las reuniones, citar muy en corto y encelar de esta manera al aquerenciado enemigo. Firmó un variado y lucido tercio de banderillas, en el que abundaron los rehiletes prendidos a dos manos y sobresalieron los colocados, en ruleta postrera, con palos cortos. Eficaz, aunque poco ortodoxo, en el uso del rejón de muerte, Hermoso de Mendoza consiguió con este astado el doble trofeo que lo erigían en triunfador del festejo.
El segundo de la suelta se desplazó con largura y boyantía en el capote de Castella, y tras recibir una vara trasera evidenció ya una alarmante falta de fuerzas y de poder. Hubo quite por chicuelinas del francés, rematadas con airosa media. Tras advertir la condición mostrada por su oponente durante el tercio de banderillas, de tardo y reservón, Sebastián inició el trasteo con pases por alto y ligados trincherazos, preñados de torería. Estampó a continuación una cuajada tanda de pases en redondo. Pero al siguiente ensayo de serie el toro se rajó y se refugió en tablas junto a la querencia de chiqueros. A partir de entonces todo consistió en un intento continuado e infructuoso del torero para extraer pases en otros terrenos.
En quinto lugar, el torero francés contó con un oponente de mayor fijeza pero de pocas fuerzas y transmisión. Pareció encelarse en los engaños durante los primeros compases del trasteo de muleta. Pero todas las expectativas resultaron un espejismo. Al igual que hicieran sus hermanos, pronto optó por desentenderse de los cites y buscar el cobijo de las tablas.
El tercero fue un bello ejemplar de capa negra, gargantillo, bragado y meano, algo tocado de pitones, que proclamó su condición abanta durante el saludo capotero que le dedicó Miguel Ángel Perera. Tras recibir una vara bien colocada, acudió con cierta alegría al quite por tafalleras y gaoneras que dibujó el torero extremeño. Sin embargo, el animal protagonizaría un segundo tercio laborioso y dilatado, al apretar mucho hacia los adentros y al tardear en sus embestidas. Ante tales cualidades, Perera planteó una faena muy decidida en los medios, en la que sujetó con su poderosa muleta la huidiza acometida de su oponente. Pero esto solo duró una serie, que resultó redonda y compacta, porque a la segunda el toro se rajó. Éste dio pronto por concluido el exiguo capítulo dedicado a la pelea y dio grupas a su matador. Un manso sin paliativos, que derrochó tanta nobleza como una desesperante falta de casta. Caracteres genéticos que, peligrosamente para el futuro de la fiesta, parecen marchar unidos, inseparables en el mismo ser.
Binomio de ADN en raza bovina que volvió a manifestarse en el ejemplar que cerraba plaza. Un bonito castaño bociblanco de armónica estampa que acometía con tanta suavidad como falto de codicia al engaño de Perera. Intentó ligar los pases el espada por ambos pitones y hasta expuso en cites de impertérrita firmeza, impasibles a los parones y a las miradas que le propinaba la res. Logró algunos medios pases limpios en terrenos de cercanías, que fueron muy jaleados por un entregado respetable, ávido de vivir unas sensaciones que la tarde le había hurtado. Una estocada desprendida puso fin a una corrida, que todavía contaría con el broche inexplicable y disparatado de las dos orejas concedidas.
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