Dos de los toros de Victoriano del Río llevaban el mismo nombre: Cóndor. Nombre de ave suprema. Estos dos cóndores sin espolones ni alas inmensas de la corrida estelar de San Fermín llevaban hierros distintos, pero eran de un solo dueño. El primero, el mejor de la tarde -ágil al estirarse, noble, de ritmo bravo-, llevaba el hierro de Victoriano. El quinto, un punto díscolo, estaba herrado con la 'T' de Toros de Cortés, el segundo hierro de la familia. En él había y todavía quedará un goterón de sangre Atanasio, pero en ninguno de los dos Cóndores pudo detectarse sombra de ese encaste.
Los dos fueron toros de vibrar. En son y compás el primero, que más que embestir se deslizaba; con temperamento más áspero el quinto. 'El Fundi', inesperadamente repescado tras consumarse la baja de Juan Mora, le anduvo al primero con sencilla autoridad después de un arranque arrebatado. El toro era de terciopelo y la faena tuvo su regusto. 'El Juli' le acabó quitando al quinto las moscas, las babas y hasta la palabra.
Con la cara arriba, frenado e impertinente, el segundo de la tarde no se había dejado torear ni querer, sino que echó la cara arriba en gesto defensivo, se apoyó en las manos y, frenado, se apalancó. 'El Juli' tuvo entonces la feliz idea de abreviar. Pero no se le podía ir la tarde en blanco. Lo estaba esperando la gente. Pamplona es una de sus plazas. Así que la pelea con el quinto fue de las de quisiera o no el toro. Por las buenas, malas y regulares.
De repente, sin pausas ni treguas, a campo abierto, en los medios, esta mano y la otra, por abajo y por derecho, por delante y para adentro, una tanda, otra, otra más, los de pecho de remate dibujados en semicírculo como si 'El Juli' empujara al toro y no al revés.
Y el teatro, en el mejor sentido de la palabra: las salidas de la cara del toro tuvieron seguridad y elegancia. Fue faena de quietud y de dominio, poderosa. Bien medida. Cuando tocó adornarse, molinetes de rancia escuela: el giro rápido, el engaño a la altura de las rodillas. La alegría de torear. Y el delirio de las peñas. Una estocada.
No fueron emociones indescriptibles. Pesaría el contraste de las cinco fechas previas, en todas las cuales asomaron sin excepción toros monumentales en tres, cuatro y hasta cinco dimensiones. De manera que, a pesar de ser corrida bastante bien hecha y astifina, esta de la ganadería de Victoriano del Río era de otra guerra.
Un tercer toro terciado y sacudido, culopollo, pareció índice por lo bajo del envío, que en la carrera del encierro se había empleado con estilo de purasangres. Ese tercer toro tuvo poca fuerza, Castella estuvo con él firme, elegante, serio, templado y fácil. En los medios. Fue mayor el compromiso del terreno elegido que el del ajuste propiamente dicho. No solo se dejaba sentir en el ambiente la imagen de las cinco corridas previas de San Fermín, monumentales las cinco; es que contaba el escalofriante arrojo de Jiménez Fortes con su lote de Fuente Ymbro solo la víspera.
Brindó el de la despedida
Las faenas de valor dejan huella. Castella, cuyo toreo es de ese mismo palo, no resistió la comparación con lo visto y sentido un día antes. Ni Castella ni nadie. 'El Fundi', cogido sin consecuencias en un descuido o error al atacar con la espada, despachó el último toro que mataba en Pamplona con suficiencia. Facilidad. Ese toro de la despedida tuvo por bien brindárselo a Sergio Sánchez, el torero navarro, de Cintruénigo, que fue compañero de fatigas en los comienzos de carrera de uno y otro. Sergio ejerce todavía de doblador en los encierros de San Fermín. Peliaguda empresa.
El último toro de la tarde, castaño retinto, lustroso, cornipaso, los pitones negros, blancas las palas, se encogió más de la cuenta. No manso, solo que los bravos se estiran y este no. Castella estaba dispuesto a casi todo. No tanto el toro.
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