domingo, 19 de abril de 2015

Pepe Moral, alivio sorpresa de una desdichada corrida

  • El torero de Los Palacios, recompensado con una oreja de un toro frágil pero bueno, se alza con el título tácito de mejor de los toreros sevillanos de la preferia de abril

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El canon reciente ha impuesto festejos interminables. La diligencia proverbial de los areneros de la Maestranza ha dejado de ser tal. Se ha invertido el signo inexplicablemente. Es el jede de los areneros quien indica ahora al torilero cuándo soltar el toro. El barrido y rebarrido del albero -esta vez demasiado mullido y denso, trampa de arena- se comió en total no menos de un cuarto de hora. Las lidias en banderillas, tal vez moda fijada por la cuadrilla de Manzanares con toros sin secreto, se han convertido en trances de gratuita duración. Los rehileteros parecen exigir la colocación ideal para reunirse en la cara. Como en el toreo de salón. Y eso pasó en los turnos de El Cid y Luque. Mucho más a la llana, la cuadrilla de Pepe Moral optó por el no hay tiempo que perder.
Las dos lidias del propio Cid en el primer tercio fueron extraordinariamente farragosas: un capotazo, otro, otro más. Ajena a la tauromaquia, esta lidia de doma amenaza con convertirse en tendencia irrenunciable tanto como la lidia perfeccionista, y gratuita, en banderillas. La tendencia supone, igual que la demora de los areneros, una carga de tiempos y más tiempos muertos. Dos horas y cuarenta minutos duró esta tercera corrida de feria de Abril, que fue un fiasco en toda regla.
Entrega y temple
Un fiasco apenas camuflado muy a última hora por una faena de Pepe Moral. Una faena de entrega, resolución, temple y llamativo ajuste. Y una faena sorpresa porque el sexto toro del sorteo, de Montalvo como los otros cinco titulares y los dos sobreros, pareció de partida tan frágil como los dos que se habían devuelto: el tercero, primero del lote de Moral, y un cuarto que llegó a cobrar hasta dos volatines antes de tomar una segunda vara.
Pero ese sexto, que estuvo en la cuerda floja a las 9 de la noche -el presidente llegó a tener en la mano el pañuelo verde-, se sostuvo y, a pesar de terminar rajadito y al abrigo de tablas ya desganado, tomó engaño por derecho y hasta repitió. El comienzo de faena, a pies juntos, tuvo acento de viejo toreo: por lo ceñido, por la resolución. Dos tandas siguientes y seguidas en redondo, muy vertical el torero de Los Palacios, igual de ajustado, compás abierto, mano baja, suerte ligeramente descargada, fueron de buen compás, y ligadas y rematadas las dos. La sorpresa mayor de esa caja de regalos fue una cuarta tanda de toreo casi a cámara lenta. La banda de música subrayó todos esos hallazgos con uno de sus pasodobles estelares. Solo que Pepe Moral, caliente, sabedor de que la cosa toda la estaba salvando él solito con su palmito y su apellido -¡moral, moral!-, se pasó de faena. El toro quiso irse de pronto y en tablas se empeñó Pepe en ligar una improcedente trenza. Entró con fe la espada. Una oreja.
Rompiendo una tradición que empieza a ser leyenda urbana, la parada de bueyes de la Maestranza envolvió con acierto y rapidez los dos toros devueltos. Ninguna de las faenas de El Cid ni de Luque se vieron castigadas por la afrenta del aviso -en Sevilla suena como un dolor grave y seco- pero las dos fueron de disparatadas dimensiones. Es vicio de Luque sembrar pausas y paseos entre tanda y tanda, y en parte por eso, pero no solo, se quedó frío el toro de mejor aire de la corrida de Montalvo. Un segundo acochinado que tardeó un tanto pero tomó el capote por abajo y con un ritmo extraordinario, y que empujó en una dura primera vara muy de verdad. Lesionado en un volatín en banderillas, el toro se fue aplomando y a los quince viajes se rindió.
Maratoniana faena del Cid
Fue toro muy noble el primero, pero también se cascó en un volatín al comienzo de pelea. Antes de cascarse, había sido estrellado contra un burladero, y del golpe salió tambaleante y claudicante. Pese todo lo cual El Cid se embarcó en una faena maratoniana, monolítica. El toro había renunciado a pelear y se acabó rajando.
La corrida de Montalvo, de conducta impropia y castigada por el infortunio -el piso pesado, las lidias reticentes, la justeza de fuerza-, se saldó como una desdicha. Los dos sobreros fueron, además, de muy pobre nota: el tercero bis se paró y el cuarto, víctima de una brega desafortunada, se huyó hasta casi afligirse. El Cid acertó a sujetarlo con recursos de viejo lobo pero en faena ladrillera. A Luque le pidieron que cortara cuando se puso espesito con el mansote quinto. Y, al fin, todos a casa. Más contento que nadie, Pepe Moral.

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