domingo, 4 de mayo de 2014

Ferrera y Urdiales, ardiente batalla del Dos de Mayo en Las Ventas

Día 03/05/2014 - 18.20h

Ni el palo de la bandera se aburrió con la exigente corrida de los Lozano

La Goyesca fue para librar una batalla en pleno 2 de Mayo. Armada, violenta y sin clase, con los problemas y peligros del genio, la casta y la mansedumbre, la corrida de los hermanos Lozano mantuvo a la plaza bien despierta. Allí no se aburrió ni el palo de la bandera, y para estar delante había que enfundarse el traje de soldado. Eso hizo Diego Urdiales, que planteó su particular contienda a «Pantera», amante de todo por abajo. El riojano, que había ganado terreno en los lances de saludo, se dobló poderoso en el inicio. Fiero toro para apostar entre el toma y daca. Se envalentonó el torero, expuso e hizo un gran esfuerzo, pues no era fácil someter con aquel vendaval.
Todo contuvo emociones, con esos pitones lamiendo las hombreras y la tela ondeando por momentos. Imagen de duro lienzo, a modo de «lucha con mamelucos», cuando perdió la muleta y empuñó la espada,preso de la incertidumbre y la rabia por las exigencias y lo mucho que torear de «Pantera». Urdiales siguió y siguió. Y Madrid se metió en harina. Se le pidió la oreja, pero no con mayoría aplastante. Todo quedó en una vuelta al ruedo de ley.

Valiente de verdad

La otra faena de la tarde vino con un cortijillo bautizado también en femenino. «Heredera», con nombre de telenovela, no es que fuera meloso, pero sí el más dulce −dentro de un orden− del serio conjunto. Importante de verdad Antonio Ferrera, que se la jugó en banderillas y se adentró desafiante en territorio enemigo. El asiento y el ardor crecieron a izquierdas, por donde gotearon potables embestidas tras tornillazos diestros. Hubo naturales grandes, de profundidad y talento. El extremeño acabó metido entre los pitones, maduro, valentísimo y sincero. La imperfección de la estocada enfrió los ánimos, pero aquello mereció más premio que una ovación. Para hacer la guerra y no el amor había sido «Cariñoso», con querencia a tablas y que se vencía por dentro. No se complicó demasiado con este, de nula clase.
Tampoco pudo hacer nada Urdiales con el quinto, que cantó su mansa gallina en varas y de cero fijeza. Arturo Saldívar, con un lote deslucido, solo pudo mostrarse deseoso sin terminar de centrarse del todo.

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