domingo, 24 de noviembre de 2013

Se torea con el alma

Hace unos años tuve la ocasión de escuchar a José Tomás decir que él no le tenía miedo a la muerte, que era amigo de ella, que lo que hacía en el ruedo lo hacía porque cuando salía dirección a la plaza el cuerpo lo dejaba en el hotel y toreaba con el alma. Cuando José Tomás habla del 'alma' se debe referir a un principio o entidad inmaterial e invisible que poseerían algunos seres vivos cuyas propiedades y características varían según las diferentes tradiciones y perspectivas filosóficas. Etimológicamente, la palabra del latín 'anima' se usaba para designar el principio por el cual los seres animados estaban dotados de movimiento propio. El alma, dicen, incorpora la esencia interna de cada uno de esos seres vivos.
Hasta ahora, la investigación científica no ha podido establecer la existencia del alma al no haber pruebas concluyentes al respecto. Y digo yo, que los científicos investigadores no han visto torear ni a José Tomás ni a Eva Cabot, ni a quienes forman parte de esta escuela de aficionados prácticos que cada martes, a las cinco y media de la tarde, se cita en la plaza de toros de Roquetas de Mar para torear con el alma.
El alma, aseguran, es una de las tres entidades del hombre. En el alma se hallan los instintos, sentimientos y emociones del hombre. El alma es más sensible que el cuerpo -por eso se explica lo que dice el de Galapagar-, ya que está en un grado mucho mayor. Aseguran que el alma es la conciencia del hombre. ¿Para torear hay que estar locos? José Tomás, Eva Cabot o cualquiera de esos aficionados están cuerdos y conscientes de que lo que hacen solo lo pueden hacer con el alma, solo así se puede sentir, solo así se puede emocionar. Torear con el cuerpo solo lo hacen aquellos que no tienen alma.
La hora de la verdad
Son las cinco de la tarde. A esa hora, la sede de la Peña Taurina de Roquetas se abre para un grupo de aficionados que toman un café y hablan de toros, exclusivamente de toros. Poco a poco van llegando hasta completar la cifra de quienes han confirmado estarán en el albero del coso de Las Salinas.
Todos llevan el gusanillo del toro metido, no en el cuerpo, sino en el 'alma', frustrados toreros de luces, aunque no en la vida, algunos hacen suya la frase de Joaquín Sabina: «Yo soy cantante por cobardía; yo quería ser torero... Preguntadle a mi mujer: por las noches nunca sueño que canto, sueño que toreo».
Se siente capaz
Eva, que perdió la visión hace tres años, no ha perdido nunca sus ganas de torear. Solo una pequeña lesión le ha impedido estar este año en una actividad que le concede la libertad de expresarse tal y como es, sin complejos.
«Aquí soy una más, no hacen falta los ojos para ponerte delante de un toro o en este caso delante de una vaquilla. Aquí es el único sitio donde no se me ha discriminado ni por mujer ni por mi discapacidad. Aquí todos somos capaces. Las sensaciones que hay aquí, fuera no las hay».
Su amor a los animales le condujo a coger un capote o una muleta cada martes para torear. «Aquí, todos los que estamos amamos los animales. No hay ningún torero, ninguno que ame la fiesta de los toros que maltrate ningún animal».
No tiene queja de lo que vive desde que comenzó las clases como aficionada práctica en Roquetas. «Todos los mitos que hay son mentira, los del machismo en los toros, por ejemplo».
Eva no puede explicar con palabras lo que siente cuando pisa el albero. «Me aporta libertad, a nivel de salud física también me está ayudando a coordinar mis movimientos, a ser consciente de mi propio cuerpo, que es importante, orientación espacial».
Un reto
Eva califica como «muy duro» el simple hecho de dar un muletazo. «Me enfado mucho conmigo. Hoy estoy muy enfadada porque parezco un pato, después de dos semanas sin venir. Me voy mal porque soy muy exigente conmigo». Decía que en casa trataría de entrenar con una toalla mojada cada pase no dado, con Marcos, su marido, que es también su apoyo. «También lo son todos mis compañeros».
No es una familia que lo esté pasando bien. De hecho le tienen que dejar el material para saciar sus ansias de torear. «No lo estamos pasando bien, pero ellos nos ayudan. También nos aportan apoyo psicológico y estas dos horas me llenan la tarde, pero se me quedan cortas».
Eva tiene un 84% de discapacidad, solo ve un 2% de resto visual en un ojo y fotofobia. «Ahora, cuando vosotros dejáis de ver, es cuando yo empiezo a ver. Cuanto menos luz haya, mejor es para mí».
Eva dice morir por ir al campo, ponerse en medio de la plaza. «El silencio es algo que no se puede explicar. Aquí no siento los coches. Estar aquí donde solo oigo a mis compañeros es algo que no se puede explicar».
Esta almeriense aficionada a los toros se guía por el sonido y los olores, que explican el metro a metro de su vida. «El tacto, contar..., son cosas que con el tiempo vas aprendiendo», explicaba. Mientras relataba sus experiencias no perdía la sonrisa. «Ya no saludo a los extintores, porque una es muy educada y saluda a todo», comentaba irónicamente.
Sus ojos
Cuando habla de Marcos, que es su pareja, lo hace con aires de admiración porque «es mi todo. Sin su ayuda no podría hacer nada», recordó, mientras alrededor sus compañeros de afición daban pases y pases, puliendo sus defectos para sentirse toreros.
Esta sagrada profesión se practica con el alma. «El cuerpo está prestado». Ella se siente cómoda con el suyo, hasta el punto de que incluso no quisiera recuperar la vista si fuese posible. «Si me lo dijeran diría que no. Ahora es cuando estoy viendo. Suena extraño, pero los ojos no son tan importantes».
El pasado 23 de septiembre se cumplieron tres años de su discapacidad y anima a que «quienes ven se pongan un antifaz y que no vean, pero sí que sientan. No es lo mismo ver que sentir». Porque ella siente los toros y se guía por lo que Marcos le cuenta. «Lo importante no son los ojos, es el alma»

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