domingo, 2 de diciembre de 2012


«Todavía no me afeito»

En este mundo hay niños matemáticos, ingenieros, mineros, doctores, soldado y está Michelito, que es un niño torero. El chaval gordito que hacía gracia en los ruedos de México con seis años, el pequeño que en lugar de jugar a la peonza rondaba los callejones de las plazas diciendo sentencias de hombre valiente, el becerrista que sacó de sus casillas a las organizaciones antitaurinas y de defensa de la infancia se ha salvado de la picadora de sueños que es, a veces, la fiesta de los toros y hoy tomará la alternativa en Mérida (Yucatán), la ciudad que lo vio nacer hace 14 años.
Su adolescencia de 1,64 de altura y 52 kilos se enfrentará a un toro de más de quinientos y romperá por 27 días el récord de Luis Miguel Dominguín, el matador más joven en doctorarse hasta hoy. La única conclusión certera sobre el asunto es que hay gente que hace las cosas cuando le da la gana y a Michelito le dio por ser matador antes de usar una maquinilla. Desde México DF y mientras viaja en coche con su padre, nos cuenta que ya le asoma el bigote, porque ha salido «velludo, como papá. Pero todavía no me afeito».
«Como papá». Todo es como él. Michel Lagravere padre nació en Vic-Fezensac, en la Francia taurina. Tomó la alternativa y en 1995 mató 28 corridas y se fue a hacer las américas donde conoció a Diana, la madre del torero. Se quedó. Los dos trabajan en la empresa taurina de Mérida, así que Michelito echó los dientes entre el patio de caballos, el albero del ruedo y los fantasmas de glorias y fracasos que habitan en las esquinas de las plazas de toros. Con la inconsciencia con la que hace las cosas la gente pequeña, a los dos años agarró una muleta en las manos, con seis mató el primer becerro, con once lidió seis novillos en una sola tarde y con 14 se hará torero. «Tengo el ánimo alto y me siento preparado. El compromiso es fuerte y tengo que estar a la altura».
Cuando le asomó la torería en los andares de bebé y su padre se dio cuenta de que le había picado el bicho, lo siguió con la fe casi loca con la que los toreros se van detrás de la espada. Todos sabían que era un disparate, pero a su parecer, «si hay niños deportistas, ¿por qué no toreros?». En España lo hubieran 'descuartizado' las autoridades, pues aquí un joven no puede apuntarse en una Escuela Taurina hasta que tiene 12, entrenar con reses hasta los 14 y matar con 16. Para cuando tenga esa edad, Michelito llevará dos años lidiando toros. A favor de su elección cuenta que hacerse torero es una decisión loca tenga uno 14 años o 36. Lo sabe su padre, que escapó con 16 a Sevilla a ser figura y tras el paso de los años tuvo que abandonar el lance.
Los colectivos antitaurinos han cargado contra Michel padre con toda su fuerza. Al fin y al cabo, cada paseíllo suyo es un guante en la cara de un mundo controlado por la seguridad. En las puertas de las plazas se formaron manifestaciones e interpusieron denuncias contra ellos. Las imágenes de Michelito zarandeado con los pitones machacándole las costillas o llorando con una banderilla clavada en la mano llenaron los informativos de todo el mundo. «A mí desde niño me ha ido esto -se excusa-. Otro chaval ve a Messi y quiere ser Messi, yo siempre he querido ser como 'El Juli'. Al que duda sobre mi alternativa le diría que si tuviera 18 años, nadie se extrañaría. Soy joven, pero he matado 106 novilladas y más de 200 becerradas». No todos lo han entendido igual. Cuando con 11 años iba a entrar en el Guinness de los récords, la organización lo rechazó por implicar la muerte de animales. «A mí no me importa lo del Guinness. El libro que de verdad me interesa es 'El Cossío'».
El adolescente sabe que lo que le viene por delante está hecho más de jarabe que de chocolate. Lo que más teme es el fracaso y prefiere «no pensar en las cornadas» que todavía no ha conocido su cuerpo recién estrenado. «Sé que este mundo es de sacrificios, y que vendrán las cornadas, pero todo valdrá la pena», admite este joven que, por la mañana, entrena en un centro de alto rendimiento en Mérida, y por la tarde en el campo.
-¿Qué vale la pena?
-Ser figura del toreo.
De momento, es un adolescente que habla con la prensa con la soltura de un portavoz de gobierno, pero que nunca ha tenido una novia. «No, nunca. A veces me miran cuando están en el tendido y yo las miro, pero soy un poco retraído para eso».
Cuenta la crítica que pese a su edad, tiene mando con los novillos, cosa que no le ocurre fuera de la plaza. El dinero que ha ganado jugándose su vida temprana es suyo, pero si quiere gastar algo, se lo tiene que pedir a sus padres.
-¿Cuáles son sus caprichos?
-Al margen de torear no me gustan muchas cosas. A veces le pido a mamá que me lleve a cenar a un restaurante o que me compre una camisa bonita.
-¿Cuánto dinero lleva ahora mismo encima?
-Nada.
A pocos días de su cita con la madurez, Michelito viajaba en carretera y celebraba por teléfono la osadía de su vida, como si en las entrañas de ese coche solo hubiera sueños y no peligro. Cuando el reportero le lleva al 'caballo' de los peajes de su oficio, sale por la tangente. No conoce el dolor ni piensa en él, aunque sabe que llegará. Por ahora, entiende solo de toros y de quimeras. Tal vez sea lo único que necesita. Cuando sea grande y mande en el toreo, cosa que pasará en todo caso en contra de las matemáticas, se comprará una ganadería de reses bravas. «Para que la lleve papá y yo pueda torear en el campo siempre que me dé la gana». A mamá le comprará algo, no sabe qué, «lo que ella quiera».
Un beso en la frente
Aguanta la presión tocando la guitarra en el grupo de música que mantiene con sus amigotes de Mérida y pescando con su abuelo, su rato preferido. Esos son los momentos buenos; los malos los pasa enchufándose los cascos en sus pequeñas orejas. No suenan DJs, sino una banda de música atronando pasodobles. Tiene el iPod lleno, pero 'Nerva' es su preferido. «Me los pongo y sueño que estoy en La Maestranza o saliendo por la puerta grande de Las Ventas». Para llegar, tendrá que enfrentarse a un toro de media tonelada. Será hoy. Antes de hacer el paseíllo, no hay cruces ni amuletos ni palmadas en la espalda: su padre le besará la frente y le dirá lo de siempre: «Disfruta».

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