domingo, 25 de enero de 2015

¿A qué tienen miedo los toreros?

Día 20/01/2015 - 15.55h
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Mantienen un romance eterno con la soledad: cada tarde la hablan de tú a tú a la muerte y temen el fracaso

El miedo es una muleta más, un elemento inherente en la vida de cada torero. Nacidos para crear arte (y para morir, dice la copla), mantienen un romance eterno con el miedo. El patio de cuadrillas se antoja una cueva oscura en la que al fondo se divisa la luz del albero, un haz cegador por el que ilusiones y temores transitan a la velocidad de un Falcon. Ese lugar sagrado se convierte en el epicentro del volcán de los nervios, como reconocen muchas figuras. Entre ellas, El Juli. «Son los instantes de mayor tensión», manifestó en una pasada entrevista con este medio. «A veces notas el cuerpo flojo; otras, tensionado; en ocasiones, no te sale ni la voz.... Depende en gran medida de laspretensiones que se tengan. Cuanto más necesitas un triunfo, más miedo pasas».
Eran otros tiempos, aunque el miedo permanece. El Juli, catalogado como figura de época y sin más necesidad de triunfo que la «espiritual», busca «estar a gusto, disfrutar de verdad, que aquello no se convierta en un toma y daca por llegar a la meta».

Matar con el corazón

También reconoció sentir ese miedo Iván Fandiño: «Claro que lo paso, pero me mentalizo para afrontarlo y superarlo». Y desveló el momento crucial: «La primera imagen que se me viene es la soledad de mirar, en medio de la oscuridad del patio de cuadrillas, la luminosidad del ruedo. Esos son los momentos que hacen a un torero más fuerte, los que afianzan el corazón y la mente». Considerado uno de los guardianes de la pureza, ha sufrido duros percances, uno de ellos en Madrid en la hora final. Sorprendieron el hecho y su verbo de escarcha: «Si yo no hubiese querido, no me hubiese cogido. Tengo técnica suficiente para no salir herido y no arriesgar tanto. Pero sé que debo apostar y pagar por cruzar esa línea. En mi caso, lo que mata no es la mano, es el corazón. En él pongo la espada. No cabe más verdad que matar con el corazón».
Los miedos evolucionan, aunque son el de la cornada y especialmente el del fracaso los que más revolotean en la mente de artistas que se juegan la vida y dialogan con el dolor. «Soy consciente de lo que arriesgo y se pasa miedo, me gusta sentirlo, como la soledad», confesaba Sebastián Castella, que define el valor con una frase digna de enmarcar: «Es ponerse delante del toro como el que toma una taza de café».

Récord de cornadas

Dicen que por cada boquete se escapa un poco de esa valentía, pero no es el caso de Antonio Ferrera, el matador más castigado en la actualidad, con más de 35 cornadas, superadas solo por Diego Puerta, que tiene el «Guinness» con 58. El muslo derecho es un auténtico «mapa de carreteras» -como dice el propio torero-, con 15 cicatrices, la mayoría por cogidas en la suerte suprema. En 2013, en la Feria de Gijón, alcanzó ese número 35 y aún así, con las carnes rotas, continuó toreando. ¿Cómo? «Me dolía muchísimo, es cierto, pero tenía que superarlo. Los toreros somos humanos, no estamos hechos de otra pasta. No se trata de demostrar nada. Necesitaba sentir que había completado mi obra totalmente. Momentos así nos diferencian a los toreros de cualquier otra profesión. Esa es la verdad, la autenticidad de la Tauromaquia. Hice el esfuerzo pero mereció la pena. Logré momentos de toreo con gusto, profundo. Me emocioné mucho toreando y creo que transmití al público esa emoción. Cuando uno entrega así su alma, es indescriptible». Cuenta que el miedo es «unas veces frío y otras caliente...»
Enrique Ponce explica que «hay días en los que uno está más valiente que en otros». «Y si ese día no lo estás -añade el maestro-, te tienes que mentalizar para estarlo. Porque el miedo de un torero no es solo a la cornada o a que el toro te parta en dos: también es miedo al fracaso, a no cumplir con las expectativas de miles de personas que vienen a verte...»
Y un genio como Morante de la Puebla, que también conversa con los miedos, espeta que más que soñar, «tengo pesadillas». «Pienso en cosas muy toreras todo el día, del pensamiento nacen las obras», sentencia.
Impresionan la frialdad e impasibilidad de algunos toreros, su «casta» de samuráis, su alma de guerreros en un campo de batalla en el que ansían la victoria. El triunfo que salve, no sus carreras, sino a ellos mismos. No cabe más verdad en esta filosofía de vida, en una entrega en la que 365 lunas giran en torno al toro.

En nombre de la libertad y el honor

El amor propio, la dignidad y el honor les ayudan a combatir la jindama. Y se diferencia entre el valor de verdad y la raza que ayuda a crecerse. No es lo mismo... También saberse dueños de la experiencia y el dominio de la técnica, del conocimiento del toro, pese a que las reacciones nunca se pueden calibrar.
Comentaba el psiquiatra y escritor Fernando Claramunt en un encuentro con ABC que «el torero no se puede acobardar, al igual que los samuráis japoneses, pero en general es un hombre con un valor consciente». ¿Qué es el miedo?, le preguntamos entonces. «Una reacción normal defensiva de todos los seres vivos -señaló el psiquiatra-. No hay que verlo como una cosa mala, sino como algo eficaz ante situaciones de amenaza o peligro. El miedo es universal: lo tiene desde el bebé hasta el anciano. Y el torero es un profesional del miedo controlado; también el corredor de bólidos o el piloto de aviones caza. Son amantes del riesgo y, si no lo tienen, lo buscan». Cada miedo se presenta de un modo y algunos son incapaces hasta de tomar un caramelo antes de la corrida; cada uno tiene su propia fórmula endocrina, pero las más frecuentes son la sequedad de boca, la palidez, el temblor, las palpitaciones, el sudor...
Todo por la gloria. Todo por la libertad, que como decía don Quijote, «otro loco cuerdo», por ella se puede y debe aventurar la vida. Cueste lo que cueste. Cuestión de honor.

El miedo, según Juncal

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