jueves, 14 de marzo de 2013


Las hechuras de la corrida de Adolfo Martín fueron impecables. Cinqueños los seis toros del reparto; dos de ellos, tercero y quinto, a punto de cumplir el tope reglamentario de los seis años; tres llevaban el mismo nombre, 'Aviador', pero, siendo de reata común, salieron de condición tan diversa que ni siquiera el nombre fue pista fiable esta vez.
Seriamente armados, astifinos los seis y de muy finos cabos y cañas también. Cárdenos o negros entrepelados, la pinta clásica de la procedencia Saltillo vía Albaserrada. Unos más altos, otros más largos, ofensivos sin excepción, los toros de Adolfo pusieron, más por las formas que por el fondo, alto el listón del tramo torista del abono de Fallas, bautizado como 'feria de encastes'.
Uno de los seis, el primero de los tres Aviadores, tercero de corrida fue toro de particular categoría. Bajo de agujas, ligero, el más liviano de todos, tuvo por seña peculiar la de lucir cresta negra en la penca del rabo. Galopó como solo pueden hacerlo los toros cortos de manos y tomó engaño descolgado y humillado en largos viajes. Como era toro bien abierto de cuerna, ese modo de descolgar y humillar se hizo más que patente. Fue, encima, muy pronto y elástico. La gracia de la bravura.
Un primer puyazo tomado demasiado en corto y un segundo al que acudió alegre para meter los riñones y apretar como los elegidos. Picó con acierto Ángel Rivas, sangró bien el toro, quitó Ferrera con lances limpios y replicó David Esteve sin brillo. Era el toro de Esteve, que hace un año y en Fallas tuvo la fortuna de llevarse del sorteo otro toro de Adolfo extraordinario y todavía más serio que éste.
Esta faena de ahora no tuvo la emoción de aquella otra. Y no porque no la pusiera el toro, que quiso por la mano derecha con soberbio estilo y llamativa nobleza y solo tuvo el pero de avisarse un poco al enganchar tela por la mano izquierda. No dejó de querer por ninguno de los dos pitones. Esteve, que no torea apenas, hizo de tripas de corazón. No es que fuera un trágala pero no era fácil ni estar ni acomodarse. No pegó el torero tirones, acompañó mal que bien los viajes, esperó las repeticiones sin enmendarse. Pero no se templó. Un pinchazo, una estocada defectuosa soltando el engaño y un descabello. Vuelta al ruedo. Gran ovación en el arrastre para el toro. No hubiera estado de más la vuelta al ruedo.
Ninguno de los otros dos Aviadores tuvo nada que ver con el que tanta altura cobró de vuelo. El quinto, todavía más abierto de cara, peleó en el caballo -picó certero Paco Tapia-, desarmó a Siro, que lidiaba con soltura, y en banderillas se le vino al pecho sin más. Era toro incierto y estuvo apuntando a Eduardo Gallo con dudosas intenciones. Hubo que torear tapado, el toro no se dejó pegar dos seguidos y se acabó parando y apagando.
El último Aviador, galopó de salida como un purasangre, fue el más toro de los seis y arrancó una ovación de gala al repetir galopes. Se encendieron los focos, se deslumbró el toro, que pareció lesionarse en una de las carreras, no estuvo afortunado picando el gran Tito Sandoval y, la cara arriba, el aire distraído y hasta incierto, el toro fue en la muleta el reverso de la salida. Resolvió discretamente Esteve.
Entre los otros toros hubo dos con nombre de reata famosa: un primero 'Madroño' y un cuarto 'Sombrerillo'. El uno cumplió en varas como los buenos, pero salió en la muleta de colmillo retorcido, corto y muy revoltoso, ácido, de soltarse a veces de engaño. No que tirara cornadas ni fuera zapatillero, pero fue toro listo. Ferrera, templado con el capote, fácil con las banderillas, le buscó las vueltas y las cosquillas. Pelea firme. Un bonito final de muletazos cambiados previos a la igualada.
El Sombrerillo se frenó en seguida, se abrió de manso y no de bueno, y sus medias embestidas se resolvieron con un amago de raje. Denodado y seguro esfuerzo de Ferrera. Una estocada tendida. Siete años llevaba Ferrera sin torear en Valencia, donde cuajó a gusto dos toros de Puerto de San Lorenzo, pero le hirieron los dos. Dos de sus casi 30 cornadas.
Valentía de Eduardo Gallo
Degollado, más que ninguno, el sexto apareció como un cohete y sobre esa velocidad se acopló Gallo en lances de saludo de manos bajas, poco vuelo y buen ajuste. El toro gateó y no galopó, derribó en la primera vara, se fue suelto de la segunda y se puso en la muleta difícil. Gallo hizo derroche generoso: firmeza cuando se apalancó el toro, brazos sueltos para librar embestidas regañadas y cortas, revueltas sin haber apenas empezado. Valiente el torero de Salamanca. Se notaba en la manera de respirar. Pinchazo, estocada caída.

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