viernes, 25 de octubre de 2013

Morante, cuando los sentidos sienten sin miedo

Día 19/10/2013 - 01.52h
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Cierra su temporada con una oreja; Ponce y Ventura salen a hombros en Jaén

Y Morante se sentó en el estribo recreando una añeja estampa para aguardar la salida de su último toro de la temporada. La gente se removía impaciente en sus asientos; más de siete mil espectadores, catorce mil pupilas que más que mirar tocaban el toreo. Como canta Sabina, los sentidos sentían sin miedo y la plaza se sumergía en un sueño que se hizo realidad a medias. Si a Goya le faltó en su Tauromaquia la cara de las multitudes viendo a Belmonte, pintores y fotógrafos deberían captar ahora el gesto de los espectadores contemplando al de La Puebla. Porque sus verónicas se agigantaron en el predispuesto tendido, con padres que aupaban a sus niños a hombros, viejos aficionados que ondeaban sus sombreros y un joven de Triana que se partía la camisa. Éxtasis colectivo. Un lance se paladeó cual pura delicia, con la intensidad de la chicuelinas que trenzó. Capote de seda y látigo tras el encontronazo de "Instructor" contra el burladero.
Renqueante y derrengado, la luz de la esperanza apenas se antojaba una vela en la muleta. Pero Morante sorprendió, se creció por encima del toro y luego en los derechazos, de uno en uno, con esa naturalidad tan bienvenida. Qué belleza la trinchera, de esas para refugiarse en medio de una guerra... Cada vez más despacio el sevillano, con ese embroque tan sincero. Presentó también la izquierda, y al apreciar que por ahí no fluía la embestida se inventó un ayudado con la firma de Rafael (el Gallo). Torería de ayer y hoy, mientras el astifino "Instructor" le lanzaba miradas y el matador hacía un esfuerzo, tan desnudo de alma que no todos lo valoraron por igual, aunque fueron las mayores emociones de la tarde final de las figuras. Cortó la oreja de más sabor y se marchó a pie, mientras Enrique Ponce y Diego Ventura eran sacados en volandas.
El maestro de Chiva dictó su enésima lección con el boyante quinto de Montalvo, que brindó a su suegro y apoderado, Victoriano Valencia. De torero a torero. Y así fue la obra: de torera estética, como los doblones preciosistas del prólogo. Muleta de plancha y parsimonia en tres rondas diestras de temple sin obligar demasiado a "Chusco" para cuidar sus condiciones, que en el capote de De la Viña pareció que iba a ser más profundo. Siempre elegante, oxigenó y planteó con inteligencia la faena, sabedor de cuál era el momento idóneo para los adornos, los molinetes de su sello o ese cambio de mano con el que dulcificó tres naturales de gloria. Cada vez más cortito el toro, Ponce jugueteó con él y hasta se atrevió con desplantes rodilla en tierra, muestra de una raza que no le abandona. Se volcó en la estocada y se ganó el doble trofeo. Antes había bordado literalmente el toreo con el capote -con lances genuflexos de categoría-, al igual que con el segundo, al que recibió con unas verónicas ganando terreno para exquisitos, como las chicuelinas lentificadas del quite. Andaba ese de Las Ramblas justito de casta y fuerza dentro de su nobleza, y el valenciano lo amoldó a media altura, con estéticos detalles.
El otro triunfador fue Ventura, espectacular con su mansito y buen primero y generador de entusiasmos con el colaborador cuarto. Magníficos los trincherazos por dentro a lomos de "Oro", aunque la locura se desató en banderillas al quiebro sobre "Milagro". Hasta Morante asistía emocionado al rejoneo de su paisano, un Morante que a su parado tercero no pudo dar ni un muletazo. Pero faltaba lo mejor, su jugoso postre, cien por cien natural.

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