lunes, 17 de septiembre de 2012


Delicadezas de Morante, bravura de Saúl Forte en Salamanca

Con un bravo toro, Manzanares acusa los dos meses de hibernación forzosa. Saúl, a hombros. Magias sueltas o no del torero de La Puebla. Notable corrida de Moisés Fraile 

17.09.12 - 00:09 - 
Delicadezas de Morante, bravura de Saúl Forte en Salamanca

Nada que no estuviera previsto. La categoría singular de Morante con la capa, que traduce en dibujo artístico los lances de brega, pinta carteles antiguos en los lances en paralelo rematados por alto y se deja dormidos los brazos en una media verónica a pies juntos que deja puesto un toro -el cuarto de esta baza- a punto para un puyazo. El viejo primor refrescado.
Una actitud controvertida casi a intención, requisito imprescindible del artista y su delicadeza natural. El primer toro se le vino cruzado y lo desarmó, y eso fue casi un escándalo. Más escandalosa la idea de Morante de hacer tomar al toro hasta un tercer puyazo que fue zurra. La gente pidió la devolución del toro sin que se sepa por qué y sin llegar a averiguarse la causa el palco lo remitió a corrales.
Al sobrero, muy entallado, toro codicioso, Morante no le dio ni conversación en el primer tercio. Se armó una gresca de fondo. Al cabo de tres muletazos ayudados a dos manos por alto, la gresca era una jolgorio de celebración: la suerte cargada, el cuerpo decaído, Morante dibujó siete muletazos juntos -los tres que rompieron el hielo y cuatro más- y dejó de pronto al toro solo. Una tanda en redondo a compás abrochada con el de pecho; otra rematada con una trinchera. En un solo terreno, enseguida, el toreo con la izquierda de perezosa geometría Pura caligrafía. Un exceso para el toro, que de pronto sacó bandera blanca, metió la cara entre las manos y se vino abajo. Más ayudados de Morante previos a la igualada, un abanico maravillosamente desdoblado en un muletazo de dos partes y dos tiempos, una última trinchera, un pinchazo sin pasar y una estocada. Sonó un segundo aviso pero se pidió una oreja. Morante tuvo el buen gusto de salir a saludar con el capote recogido en el antebrazo izquierdo y de meterse sin un gesto de más.
Quienes vinieron a ver la cara renegada del duende se cobraron su ración en el cuarto toro, que fue, al contrario que el pastueño primero, más brusco que otra cosa. El arranque de faena fue de una pinturería nada común: un pase por alto asido Morante a la tabla cimera, la trinchera, el de la firma, otra trinchera, otro de la firma, uno cambiado, un molinete gallista -de giro rápido de 360 grados- y, cosido con él, uno por alto en la suerte natural que dejó soltarse al toro. Precioso. Pero casi el punto final porque el resto fueron medios muletazos enganchados, inconclusos, bagatelas. Hasta que Morante decidió cortar por lo sano. Con torería: una hermosura los toques en los costados que le bajaron los humos a un toro que, se supo entonces, se había quedado sin picar ni sangrar. Una reolina de juguete, dos metisacas y media atravesada saliéndose sin rubor de suerte. Una cariñosa pitada. Aquí quieren a Morante casi tanto como en Bilbao. Mucho.
Manzanares acusa los efectos de dos largos meses de convalecencia. Casi un verano entero sin toros . Y de pronto le salió en Salamanca uno de los tres más bravos de la feria. Espléndido porte, casi 600 kilos sin que sobrara ni medio, y que, corrido, tomó un puyazo de bravo y empujó en serio en un segundo y romaneando.
Temple: la manera de embestir propia y densa del toro de Moisés Fraile. Faena esforzada de Manzanares en desigual compostura: tandas cosidas pero no ligadas con la diestra; toreo en línea y destrazado con la izquierda, de abajo arriba; cierta rigidez, pausas impropias. Una estocada tendida. Bello el quinto toro. Engatilladito, albardado. Peleón en un puyazo larguísimo y de emociones intensas: el toro izó por los pechos el caballo de Pedro Chocolate y lo llegó a tener sobre una sola mano sin que Chocolate se soltara ni de las bridas ni de la vara. Un ejercicio de equilibrio inexplicable, hasta que, casi en la vertical el caballo, Chocolate fue desmontado. El caballo resistió y no hubo derribo. El momento de la corrida fue ese, pero el toro, que galopó en banderillas, no respondió en la muleta tanto como se auguraba sino que llegó a afligirse y encogerse y hasta amenazó con echarse. Y, en fin, el valor sin cuento, sin red, sin trampa ni cartón de Saúl Jiménez Fortes, a cuyas manos vino un sexto toro de son sencillamente extraordinario y, antes, un bravo tercero que apretó con estilo de toro encastado, muy de su casa. Bravo Saúl con el capote: a la verónica en el tercero, en cuya cara cayó tropezado, y salió revolcado y pisoteado pero sin mirarse ni las manos; y de nuevo a la verónica más despacio que embraguetado en el sexto, siete lances hasta la boca de riego, y, tras la vara, ido el caballo, en los medios un quite por chicuelinas de fantástico ajuste. Y brava la actitud toda: tanto con el bravo tercero, que se le metía un poco y protestaba si no venía traído por delante con sitio, como con el golosísimo sexto, al que toreó con mucho más compás y a veces con ritmo. Pero, por encima de ritmos y compases, la voluntad apasionada de torero nuevo que no sabe ni mentir. Hubo quien reclamó el toreo en distancia cuando Saúl trató de encajarse entre pitones y sorprender con muletazos cambiados intercalados en el discurso a la manera de Talavante. Pero la entrega fue de verdad. La firmeza conmovedora del torero de año nuevo, o sea, de solo doce meses de alternativa. Pura fe, ilusión a chorro. Y verticalidad, brazos, ajuste. Puerta grande.

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