sábado, 22 de septiembre de 2012


El morro de algunos toreros

20.09.12 - 00:03 - 
Sin ánimo de molestar por el malsonante eco que pudiera producir este sinónimo de labios llamado morros, con el que titulo este comentario, tengo que aclarar que con ello tan solo persigo la noble pretensión periodística de prender la atención del lector. El morro que ponen algunos toreros lo definen las distintas posturas en que la mayoría de ellos, probablemente de forma inconsciente, ubican sus labios acoplándolo a los diferentes momentos de la lidia, obedeciendo a su propio estado de ánimo. A esos morros, que se me antojan dignos de analizar, son a los que me refiero, porque considero que muecas de este tipo puedan acusar el límite de la capacidad de entrega e ilusión de cada uno de ellos, salvo las excepciones de rigor correspondientes, en la consecución de sus pretensiones.
Ese morro en los toreros lo vengo observando en algunas de las figuras aparecidas después de la época de los maestros Ordóñez, Camino, Puerta y 'El Viti', que se me antoja se van nutriendo sucesivamente de los que se consideran como aquellas, sin serlo todavía; a los que se suman los que aspiran alcanzarlos en el escalafón, copiando tan absurda actitud, como si ello fuera un indicativo que ayudara a conseguirlo.
Craso error, por cuanto una sola imagen caricaturesca, puede salpicar el cumplimiento de seriedad de esta fiesta tan española, tan nuestra, como son los toros, y... Porque creo que esos gestos de tan mal gusto, muestran el estado de tensión, en los primeros; de rabia en los que le siguen, que se creen que ya lo son, y de inseguridad e impotencia en los que se inician en el abrupto camino de querer llegar a serlos, sin acariciar esperanzas de conseguirlo.
Generalmente esas señas que ponen los que la practican, cambiando los labios de posición constantemente a la hora de perfilarse para matar, o fijándolos en esa postura de tirria a la hora de citar para consumar el último tercio, conlleva incluso inmovilizar, los cinco dedos de la mano contraria a la que contenga los trastos, generalmente la izquierda, mostrando con la rigidez tersa en ellos, visibles desde los tendidos, un estado de manifiesta tensión incontrolada, que se sale de la natural personalidad que requiere tan difícil arte.
A Rafael de Santa Dorotea Guerra Bejarano -'Guerrita', en los carteles- le preguntó un revistero de la época: «Maestro, acláreme usted ¿que es el arte?». A lo que el 'califa' cordobés respondió: «el arte es 'tó' lo que esté bien 'arrematao'». Y pienso que no se puede rematar bien una obra con los morros como firma.
Años después, la misma pregunta se la harían al pasmo de Triana, Juan Belmonte, quién con su voz asentada sentenció: «el arte es tener un misterio que decir y saber contarlo toreando». Pero toreando con el alma, digo yo, no con la posición a la que llevan sus labios la mayoría de los toreros de hoy, además de hacerse acompañar de miradas de odio, de ira, como si el toro se fijara en esa especie de desprecio en el que transforman su boca, tan distinto a aquella perenne y natural sonrisa con la que adornaba a cada muletazo el maestro Antonio Bienvenida.
Con ella salía y regresaba al hotel embutido en su inmaculado vestido de torear blanco y oro, hasta que aquella vaquilla, de Amelia Pérez Tabernero, de nombre 'Conocida', tronchó su vida a traición, y con ella se llevó el secreto de la pureza de su arte, haciéndolo más deseado para la eternidad.
Eran otros tiempos, eran otros toreros... Era otra afición. Era eso, ¡la esencia del arte! al que el maestro Bienvenida se permitía el lujo de hablarle de tú.

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