domingo, 15 de septiembre de 2013

Pinar, el gladiador que acongojó con un maquiavélico toro

Día 12/09/2013 - 01.56h

Serrano corta una oreja al mejor samuel de la mansa y aparatosa corrida en Albacete

Y de pronto saltó «Sevillano», un toro que sin ser nada del otro jueves pareció agua bendita después de dos espantosos mansos de Samuel Flores, que lidió una corrida con muchos pitones y poca casta. ¡Oh dios del cuerno generoso, qué encierro más horroroso! Bravura multiplicada por cero, pero para satisfacer a un breve sector que aplaudió incluso al maquiavélico escribiré que tuvieron 0,001 por ciento de raza, disipada como un chupito de ron en el Atlántico.
En esas que estábamos cuando apareció el samuel «hispalense» y se topó con Sergio Serrano, con un ilusionante concepto en el que se vislumbró el espejo tomista en algún detalle. José Antonio Carretero, perfecto toda la tarde, había enseñado la más humillada y noble embestida de este tercero, por el que también asomó su sangre mansa. El manchego, que había arrancado con una ración de pases de pecho, adelantó la muleta para trazar derechazos jaleados, ofreciendo el pecho por momentos y con una colocación sincera. Oxigenó y dio distancia a «Sevillano» hasta danzar con quieta verticalidad sobre una moneda. No le quedó más remedio que rematar en chiqueros, por ceñidas manoletinas. Para lo poco que torea, bien el chaval, que se volcó a matar con fe y se ganó una oreja.
El sexto era un señor con dos velas de medio metro, al que dio la bienvenida con una larga cambiada de rodillas y unas verónicas vibrantes entre los saltos atigrados del samuelazo. De huracanada embestida, Serrano se plantó en los medios y se lo dejó llegar en un péndulo acongojante. No pareció el mejor prólogo en una labor con más deseos que lucimiento, literalmente imposible.
Quien dio la talla mayor fue un solvente Rubén Pinar, que inquietó a las almas con el escurrido y chorreado segundo, todo leña de venado.«Santón» no prometió ninguna bondad desde que mandó un aviso al pecho a Galindo. El sustituto de Escribano lidió poco a poco al león en una faena de circo romano. Con esfuerzo de «Gladiator», sacó cuatro rondas diestras de brutal mérito. Las gargantas suspiraban encogidas de puro miedo: «Santón» brujuleaba y el matador aguantaba una barbaridad. De tanta entrega se le revolvió en un pase de pecho y lo enganchó a la altura del corazón, desde la barriga y rasgándole la indumentaria. Milagrosamente, su mano sujetó la fuerza de los 492 kilos del complicado manso por el pitón, que giraba la cuchilla para afeitarle el cuello. Segundos negros entre la escalofriante angustia. Y Pinar, que se atrevió hasta con un desplante rodilla en tierra, hecho un jabato. Su disposición merecía la oreja, pero hubo de conformarse con la vuelta al ruedo. Apenas picó al feo quinto, que hizo sonar el estribo y casi desmonta al varilarguero antes de poner pies en polvorosa. Pinar empleó su sobrada técnica para conducir su descompuesto viaje. No humillaba ni por equivocación. ¡Oh dios del cuerno generoso!
Javier Castaño apostó hasta donde el corazón le llega con el suelto y huido primero, corto desde el inicio y con el peligro de su cara a media altura, además del molesto viento. Pasó las de Caín para dar matarile al morucho. En la misma puerta de chiqueros murió pegando una coz, tic de sus hermanos. ¡Ojú qué bravura! El cuarto, pésimamente picado por Sandoval y con un meritísimo par de Adalid, se movió en la muleta. Cabeceaba a derechas y metía la cara de modo más boyante a izquierdas, pese a puntear en el adiós. No firmó ningún acuerdo con la voluntad del lidiador.

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