viernes, 13 de septiembre de 2013

Serrano corta una oreja; Pinar se juega la vida

Pase de pecho de Sergio Serrano. | Efe

En mitad de la terrible lección de pundonor y agallas que dictaba Rubén Pinar frente a un samuel de pavor e instinto depredador, las terroríficas astas derrotaron en el pecho del torero en un un pase de ídem. Un grito de terror sacudió la plaza. Los pitones atrapaban a Pinar como si le abrazaran por dentro del chaleco y no lo soltaban. Subidas y bajadas. Por debajo de la chaquetilla se intuía una escabechina. Cuando lo tiró en el suelo como un guiñapo, la tensión se apoderó de los tendidos como un suspense de temor en la revisión de las cuadrillas como en un escaner de urgencia. Nada. Madre mía de mi vida. El chaleco arrancado de cuajo, la camisa por fuera, la taleguilla desgajada por la cadera, el corbatín a lo Dámaso. Milagro en La Chata.
Rubén Pinar se había enzarzado en una pelea con el toro de cabeza descomunal, proporción aumentada por su cuerpo menor. Desde banderillas se veía venir a las prenda, que puso a la cuadrilla en la punta del pitón como en francotirador al objetivo en la mirilla telescópica del rifle. Las sacudidas acongojaban. Pinar ya sabía que se alistaba a la guerra al pedir la muleta. Y a conciencia batalló. Las acometidas montaraces soltaban tralla por todas partes. No se rindió nunca cuando aquello era para salir ya con la espada de verdad. Hasta que la bestia se avino en cierto modo a pasar, que antes ni pasaba. Algún listo dirá que embistió; embestir es otra cosa. Todo lo que tragó Rubén Pinar sobre la derecha contuvo un mérito inmenso. Los recados le silbaban los muslos como las balas. La cosa no estaba para pasodobles. En todo caso para el Himno de la Legión. Mandaron callar a la banda.
Cuando Pinar decidió matar, hecho un ecce hommo, la plaza cruzó los dedos como quien hace la señal de la Cruz para que pasase el fielato. Madre mía de mi vida. En el segundo viaje metió la mano. Se desató la pañolada. Pero el presidente Coy no la estimó, impertérrito e inconmovible. No habrá COI misericordioso, digo. Aunque no se trababa de misericordia sino de justicia y ley. Paseó el ruedo Rubén Pinar con toda su hombría a cuestas.
El personal que acudió a la tarde con la ilusión de contemplar a la afamada cuadrilla de Javier Castaño se encontró con el magisterio lidiador de José Antonio Carretero. En la etapa abrupta de 'Sevillano', Carretero se hizo el puto amo, con el capote por abajo, la sensación de poderío en su bamba, capotazos educadores, mandones, extraordinarios de verdad, asentado y sin soltarlo. Y no se desmonteró... Clave el peón de oro, el mejor hombre de plata de todo el escalafón, para como luego desarrollaría el buen toro de Samuel Flores en la muleta de Sergio Serrano. Y Serrano que lo entendió perfecto. Elogio de la quietud de Serrano y su concepto en una faena básicamente diestra y atemperada. Temple y limpieza mayúsculos para la noble embestida del cuajado pero proporcionado 'Sevillano'. Unas manoletinas de despedida y una estocada trasera y mortal. Ahora sí consideró el usía que los pañuelos sumaban mayoría. O que Sergio Serrano lo merecía.
A las más pura idea de toro asamuelado respondía el cuarto. O a la idea genuina. Los pitones acodados como brazos de boxeador en guardia. Trapío por los cuatro costados. Un equilibrio cierto. 'Jara Estepa' siguió la estela de su anterior hermano y embistió y se estiró en pos de la muleta por el pitón izquierdo con largura. Castaño había iniciado faena de rodillas y llegó a hallar el punto de templanza que le ofrecía el samuel al natural. Pero faltó, y no precisamente poco, para estar a la altura.
David Adalid no quiso desmonterarse pese a la ovación y la exposición. Mas con un palo en el suelo fue lo más sensato. Ya había acogido en su montera, como Fernando Sánchez, las palmas por los pares al manso primero en buena lid. No humilló nunca en la faena de su jefe de filas. Allá que acudía con todo el samuelaco con la cara por encima del palillo y a veces por dentro. Javier Castaño recorrió prácticamente todo el ruedo en su afán de darle fiesta. En un tris estuvo de que lo arrollase en varios momentos con el viennto enredando. Hasta que el último empellón le provocó, y ya era hora, la espada. Pinchó todo lo que no pinchó en el cuarto. Castaño vuela bajo.
Pinar, que había entrado por Escribano, bailó con las más feas, y en el caso del quinto literalmente. Madre mía de mi alma qué cosita más espantosa. Y mala.
La exclamación de la tarde se repitió cuando apareció por toriles la inmensa cabeza del último con más énfasis que nunca: ¡madre mía de mi alma! Medio metro de pitón a pitón. Y cuando ya se clavó en el platillo Sergio Romero ni aire había para pronunciarla. El pase cambiado no cabía en la leyes de la física. Espeluznante. Que pelés del chaval ante los testarazos por la nubes. Por donde volaba Santillana. En cuanto se paró no hubo modo. Más que grata la impresión que dejó Serrano. Con el bueno y con la bestia.

Ficha:

Plaza de toros de Albacete. Miércoles, 11 de septiembre de 2013. Cuarta dde feria. Media entrada larga. Toros de Samuel Flores, muy serios y tremendamente armados, de diferentes hechuras y remates; destacaron el buen 3º por el derecho y el noble y atemperado 4º por el izquierdo; manso huido y sin humillar el 1º; peligrosísimo el pavoroso 2º; infumable el feo 5º; imposibles los cabezazos del descomunal 6º.
Javier Castaño, de gris perla y oro. Tres pinchazos y estocada pasada y tendida (silencio). En el cuarto, estocada atravesada (leve petición y saludos).
Rubén Pinar, de grana y oro. Pinchazo y estocada pelín desprendida (petición y vuelta al ruedo). En el quinto, media estocada (silencio).
Sergio Serrano, de verde botella y oro. Estocada trasera (oreja). En el sexto, estocada desprendida (ovación de despedida).

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