lunes, 24 de marzo de 2014

Exquisito Morante, arrollador El Juli

Recital de toreo a compás del de la Puebla. Magistral sentido del toreo de Julián. Los dos riñen en quites notables. Tres toros de nota de Garcigrande. Finito, vivo y con ganas 

20.03.14 - 00:17 - 
Exquisito Morante, arrollador El Juli

Se anunció como 'corrida monstruo', que quiere decir lo contrario de lo que parece, y fue, de ocho toros y cuatro espadas. Un toro extraordinario. El cuarto, Taponcito. Retinto y listón, bizco, despapado -o sea, sin barbilla ni papada-, armónico pero no particularmente bello. Bravo en los tres tercios, de principio a fin. Del hierro de Garcigrande. Un derribo en la primera vara; empujó en serio en la segunda; prontitud, seriedad al embestir, hasta esa pizca de temperamento que encarece el estilo de un toro. Se le pasó a la gente pedir la vuelta al ruedo. De las dos orejas del toro, solo una se llevó Manzanares, que no se templó propiamente y no redondeó por eso. No solo por eso: al trabajo le faltó de todo un poco -ajuste, gusto, calma- pero tampoco le sobró nada. Si acaso, un minuto. El de retraso con que el palco tardó en mandar un aviso. Herido de estocada inapelable, tal vez algo tendida, se levantó el toro al sentir gente cerca. Su último aliento de bravo.
La gente estaba en la plaza por los toreros y no por los toros: era Valencia y en el día mayor de Fallas. Lleno hasta la bandera. La baja forzosa de Ponce no animó ni a la reventa. Había gente de fuera: los de Morante. Se irían a casa felices y pagados porque Morante toreó exquisitamente de capa y muleta, y, si no se pasa de faena con el sexto y lo mata como a veces sabe y quiere, le corta al toro el rabo. Un toro pastueño, nobilísimo, sencillo, de lisonjera embestida. Como si le divirtiera tener a Morante delante pero no en sus manos.
En las manos tuvo Morante al toro. En las palmas de las dos: cuando toreó ayudándose, cuando meció capa y muleta como si no pesaran juntas ni cien gramos, nada, y como si a Morante no le pesara tampoco su cuerpo gentil, tan de torero. Las salidas de la cara del toro al paso calmo pero marchoso fueron parte no menor de la faena. Como la manera de plegar la muleta en un último desplante. Primorosa, puro capricho, la primera mitad de faena, salpicada de variaciones, fue de dormido compás. Dos tandas con la izquierda -apenas tocado el toro, que Morante tomó de cerca y casi al hilo del pitón- fueron dechado de perfección.
Despaciosidad insuperable. La misma que tuvieron cuatro o cinco de las verónicas que en ramillete se ofrecieron en el saludo al toro como una corona de laurel. De perfil o a pies juntos, a compás abierto y dando el medio pecho, descargado de hombros, ingrávido. Algo larga la faena. Sería la sensación de endiosamiento o apoteosis interior. Tres pinchazos, una estocada, un aviso. No quiso Morante dar la vuelta al ruedo. Y hasta la renuncia a hacerlo estuvo subrayada de torería.
Morante tuvo que reñir en quites con El Juli porque El Juli no perdonó ninguna de sus dos bazas -airosas chicuelinas en el segundo de corrida, verónicas remarcadas y lentísimas en el sexto- pero de las dos réplicas salió victorioso: polvos mágicos en el capote para torear a la verónica tras las chicuelinas de Julián y una maravillosa versión alada de cuatro talaveranas en la respuesta a las verónicas. Se estrecharon la mano los toreros tras esa segunda réplica.
Réplica, además, de Morante a una soberbia faena de El Juli al tercer garcigrande. Faena de perfecta trama, valerosa, más sabia imposible, rotunda pero suave, casi milagro porque después de banderillas el toro no parecía propicio ni apto para juegos malabares. El Juli hizo brujerías. La mayor de todas, retener al toro en la segunda raya cada vez que sin éxito quiso rajarse. Las trincherillas del repertorio mexicano, el natural ajustado y cadencioso, la ligazón pura y sin escondites ni atajos, el redondo traído por delante. La intensidad, la constancia, el tiempo justo sin perder El Juli un solo segundo en bagatelas. Todo jamón. Y una estocada suficiente y letal. Dos orejas.
Finito le puso la firma propia a muchas cosas de mucha calidad. Distinguidos los muletazos de pitón a pitón con que pareció dispuesto a abreviar con el primero de corrida, que fue, con el séptimo -segundo del lote de El Juli-, el peor de la serie. No se entiende que Finito se enredara cuando el toro no hizo más que huírsele. Al quinto, uno de los tres de nota, toro que galopó de salida, le pegó en el recibo verónicas de manos bajas y perfecto compás, y en faena de improvisaciones, pausas y también rigor clásico, dibujó a pies juntos muletazos cambiados de los que se llaman 'carteles' -carteles de toros, de los de antes-, se atrevió con dos kikirikíes en versión cordobesa severa -amanoletada- y no en la riente sevillana. En los pases cambiados, la suerte más cargada que en el toreo natural. Una buena estocada. Una oreja. Debieron haber sido dos, porque el toro las tenía.
Sin apresto ninguno el capote de Manzanares, desigual en los lances por delante, fatigoso al bregar. Y raro el empeño de torear de abajo arriba al último del festejo monstruo. Lo arropó la gente, empujaron los fieles, la música estaba preparada para él. Todo a favor. Hasta el toro, que no tuvo la categoría del cuarto, pero tuvo su historia. Muy montada la muleta al torear con la diestra; pasos perdidos con la izquierda; pocos muletazos limpios.

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