lunes, 18 de junio de 2012


Gran faena de Talavante en Bilbao

Fiesta feliz en la segunda corrida del Aniversario. Nobles toros de Garcigrande, una faena muy notable del de Chiva, dos de riesgo y emoción del extremeño y Padilla entregado 

18.06.12 - 00:03 - 
Gran faena de Talavante en Bilbao

Fue la mejor tarde de Talavante en Bilbao y fue, además, una de las faenas más sencillas y retempladas de las tantas de Ponce en Vista Alegre. Hubo dentro del envío de Garcigrande dos toros de muy buena nota: un cuarto de son pastueño y notable ritmo, y un sexto codicioso, de embestida chispeante y aire bravo en la muleta. Ponce se entendió con el cuarto con solo tres muletazos genuflexos de horma y dos más seguidos de asegurar, de manera que no fue faena de las de hacer toro ni domarlo porque el toro solo ya estaba goloso. Bastó con el primor de una caligrafía risueña, la precisión en los toques, tan sutiles, y fue fundamental la colocación. Y la listeza para medir lo que se llaman los tiempos del toro -las pausas, muy justas- y sus fuerzas. Fue toro de ritmo regular, constante.
Siendo sencilla, fue faena de variaciones intercaladas, abundante toreo semicircular con la derecha, hábil en el pierdepasos, grácil al irse con el cuerpo detrás del engaño y acompañado el viaje del toro, más ligero o de menos compromiso con la izquierda, desigual y diferente el sentido de los remates cambiados por alto que cerraban tandas. La fluidez, formal, caló; la banda se arrancó con ese infalible Manolete, de Orozco, tan solemne. Y se embaló el ambiente. El sexto, que lanzó un lastimero bramido mientras Talavante brindaba al único, precisó de más recursos y riesgos. Fue toro muy fogoso, frágil de manos se había ido al suelo rodado antes de varas, se picó lo imprescindible y, puesto a medir caras y puntas, estaba más astifino que ninguno, tenía más cara que los demás. El primero de Ponce, brindado a Mario Vargas Llosa, embistió regañado, escarbó y no se dejó persuadir ni se dio tampoco. A Ponce le faltó resolución, el trabajo pecó de monótono y ni los dos molinetes de entrada abrochados con un cambio de mano, tan del repertorio propio, rompieron el perfil plano del trabajo. Un pinchazo hondo, seis descabellos, un aviso.
De salida Talavante lanceó a pies juntos y a suerte descargada al tercero, que tuvo apacibles el tranco y el aire, cobró lo justo en el caballo y sacó en la muleta una apagada y perezosa nobleza. Dejaba estar, pero le costaba emplearse. Talavante, entre desgarbado y garboso en los primeros tientos del toro -una tanda por alto, dos de mano baja con la derecha bien ligadas y una con la zurda muy atrevida-, optó por meterse entre pitones cuando al toro se le fue el aliento. En terreno tan incómodo se vio a Talavante respirar con descaro, pisar firme, no encogerse ni dudar, como si torear fuera un mero estar delante. La rotunda manera de estar le llegó a la gente. Una estocada sin puntilla. Entre el toro desganado de Ponce y el apagado de Talavante se había jugado uno colorado de pajuna nobleza, de hechuras parejas a las de cuarto. Padilla fue tratado con cierto clamor. Era su reaparición en Bilbao, donde tantas batallas y guerras tiene ganadas, y tantas voluntades, pero las palmas batidas por él después del paseo no le animaron a salir al tercio entonces. El cariño de su gente estalló en cuanto libró en el tercio una larga cambiada de rodillas -un guiño, un gesto- y más todavía cuando en gesto mayor tomó los palos para prender tres pares menos aparatosos de lo que solía. Una faena de muchas voces, no tanto calado, una estocada tendida, una rueda maliciosa de peones y una oreja, que pareció la recompensa de la afición de Bilbao a tantos esfuerzos y castigos desde la cornada de Zaragoza.
Iba a ser tarde de orejas. Cinco. No todas igual de largas. La de Padilla, la del tercero para Talavante, las dos del cuarto para Ponce, que sin cruzar enterró una estocada delantera con mucha muerte, y una y casi las dos para Talavante por la que fue faena más emotiva de esta tarde tan feliz de aniversario. La faena del sexto, que se fue de las manos al principio, y se puso desafiante al asentarse. Largo y paciente Talavante, caído de hombros, sueltos los brazos, poderosa su célebre mano izquierda, muy capaz a la hora de sujetar casi en la media altura caras embestidas, espléndidos pases de pecho en remates de tandas bien voladas con la izquierda, dos o tres aguantes temerarios, una salida desplantada de espaldas al toro muy conmovedora, más atrevidos que logrados los cambios de mano, una arrucina de sorpresa, un final por valencianas, laserninas o manoletinas, tan vibrantes por el ajuste, y limpias, y una estocada que no fue fulminante.

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