jueves, 16 de mayo de 2013


Antoñete, religión del toreo en Madrid

Día 15/05/2013 - 14.08h

Memoria histórica de Las Ventas, por Rosario Pérez y Ángel González Abad

n mechón blanco y una irisada de humo envolvían esa mirada melancólica y silenciosa. No hacían falta palabras. Su estar, estático o en movimiento, delataban que allí se erigía un torero. Antoñete escondía en sus muñecas el secreto del temple y la naturalidad. Muchas son las tardes de triunfo en Las Ventas, pero en pocas cala el sentimiento tanto como en aquella famosa faena a «Atrevido», el toro ensabanado de Osborne, en la festividad de San Isidro de 1966. «Fue el milagro, la maravilla. Cómo citaba, cómo paraba, cómo despedía, cómo se iba de la cara. Ejecutó el toreo en su más excelsa plenitud. Quizás nadie haya toreado como él», sentenció José Luis Suárez-Guanes en las páginas abecedarias.
Chenel no sólo encandiló con «Atrevido» -el toro al que dijo «amar como se ama a una mujer; cuando pasaba bajo mi mando, el placer me inundaba y gocé como nunca»-, también escribió páginas de empaque con «Danzarín», «Carazul», «Cantinero»... Antoñete, religión del toreo en Madrid, hizo su último paseíllo en la Monumental el verano de 1998, en una tarde para el recuerdo con ganado de Las Ramblas. El 24 de octubre de 2011 abrió su «última» Puerta Grande.

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