jueves, 16 de mayo de 2013


Una faena monumental de Perera

La faena de la feria. De lo que va de feria, tan solo el primero de sus tres tramos mayores. La sexta de las 18 corridas del abono. Una faena de Miguel Ángel Perera y muy de su sello personal: rotunda, arriesgada, de tanto temple como poder, de desnuda belleza, toda verdad, sin una sola concesión. De claras ideas y, desde luego, de mucho valor. De entenderse cabalmente con un toro 'Peladito' de los Lozano, astifino, escurrido, en peso y en tipo, castigado de partida con un par de improcedentes miaus, y toro de estirpe y conducta de sangre Núñez: de romper la muleta en serio y, por tanto, en bravo, de ir queriendo más y más. Por eso, y no solo, toro de compromiso mayor.
Perera debió de sentir muy cierto al toro porque abrió faena de largo y sin un solo muletazo de cata. Ya la primera tanda en redondo, de cinco y el de pecho, fue logro impecable. El toro se sintió mecido, acompasado, llevado. A borbotones y a chorro una embestida descolgada en pos del engaño. Perera la llevó cosida en los vuelos en las dos tandas en redondo que siguieron a la de apertura. Las dos fueron de un ajuste y una abundancia casi insolentes: de seis y el cambiado por alto cuando Perera entendió que había que dejar al toro tomar respiro. Los muletazos fueron muy largos, pero el toque de remate, finísimo, dejaba al toro casi encarrilado para la repetición.
Una de las claves de la faena fue su ritmo constante. La única vez que el toro pareció resistirse a tomar engaño, en el tercer muletazo de la tercera tanda, Perera aguantó impasible y a puro huevo dio el toque en el momento justo. De modo que se juntaron valor y precisión, corazón y técnica. Muleta de virtuoso. La plaza estuvo volcada desde la primera tanda y al cumplirse la tercera el runrún era de acontecimiento.
Tras una pausa menor, y ya todo en los medios, que es como colgarse sin red de un trapecio, Perera atacó por la mano izquierda. Más rebelde el toro, que pretendió resistírsele dos veces y dejar engaño para venírsele encima, pero Perera aguantó esos dos amagos. Una tanda en versión personal del florido tres en uno fue como desengrasar o aliviar la densidad de una faena tan fuerte. Tras ella volvió Perera a la mano izquierda, como si le debiera algo al toro, se lo trajo de largo, aguantó impasible y, enseguida, al ver que el toro estaba listo pero vencido, optó por la tanda corta, primitiva y fundamental: el natural ligado con el obligado de pecho sin rectificar. Por dos veces. El clamor fue fantástico.
Cuadrado el toro, Perera atacó por derecho en la suerte contraria, Un punto trasera, bastó la estocada. Se cubrió de pañuelos el tendido, parecía triunfo máximo -dos orejas de Madrid- pero el casi infalible Guillermo Barbero, gran tercero y buen cachetero, levantó con la puntilla al toro. El palco aguantó exageradamente para sacar el primer pañuelo, que acabó siendo el único. Perera no había podido torear de capa a pesar del buen galope de salida del toro, en cuya cara vino a resbalar y caer inerme y al descubierto. Un milagro salir indemne de la prueba.
Tres buenos astados
La corrida de Alcurrucén trajo tres toros de muy buena condición. El más bravo, el del gran trabajo de Perera; el de más bondad un pastueño y boyante dije que parecía escogido adrede para la confirmación de alternativa de Teruel y rompió por eso plaza; y un sexto, montadito y muy astifino, algo tardo pero de embestida intensa y clara. Ninguno de los dos de Castella -un segundo buenecito pero apagado a los diez viajes, y un cuarto cornalón reservón y con chispazos de genio- se prestó a mayores hazañas. Castella estuvo algo agarrotado e inseguro. No era su tarde. Teruel dejó sentir su buen gusto, su torería de raíces clásicas en el toreo de castigo o en las trincheras, en la postura y colocación para torear con la diestra en la suerte natural. Faltó romperse con el toro golosina de la alternativa. Y ajustarse con el que cerró corrida.
Justo antes del cierre, con un quinto toro cinqueño, pronto pero brusco en los remates, Perera estuvo acariciando o entreabriendo la puerta grande. No fue toro grato ni sencillo. Todo lo hizo a favor del toro Perera, tragón con las embestiditas al paso, tranquilo cuando se resolvían en cabezazo. Una tanda en los medios de siete ligados por abajo fue memorable. Ahí debería haber cortado, pero quiso pegar otra igual, y ya no quiso el toro. Unas mondeñinas con la espada ya cambiada pusieron al rojo vivo la plaza. La estocada cayó desprendida. No cundió la petición de oreja. Algún que otro grito rompenervios lo estuvo castigando antes de meter la espada.

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