domingo, 5 de mayo de 2013


Épica de Antonio Ferrera, majeza de Alberto Aguilar

El extremeño lo arriesga y resuelve todo con el toro más difícil de la corrida y el madrileño brilla entregado con el de más calidad de los seis 

03.05.13 - 00:27 - 
Épica de Antonio Ferrera, majeza de Alberto Aguilar

Pasaron tantas cosas por su orden y sin él que la enésima edición de la Goyesca del 2 de mayo resultó singular. Seis toros del segundo y tercer hierros de los hermanos Lozano, cuatro de ellos cinqueños, y uno de los cinqueños, quinto de la tarde, a solo dos meses de pasarse de edad. Tres colorados en la primera mitad; tres negros en la segunda. El primero, remangado y descarado, salió agitadísimo, descompuesto, violento, incierto, ágil. Bramó, se defendía cuando parecía atacar pero pretendía en realidad abrirse hueco a escape.
Antonio Ferrera lo fijó con acierto, le puso tres pares de banderillas de mérito -no se asoma al balcón así como así cualquiera- y, luego de aguantar embestidas escupidas y derrotes como trallazos, lo acabó sujetando frente a chiqueros. Calma pasajera. Se frenó el toro, que fue el más agrio e ingrato de la corrida. Una hábil estocada desprendida. Fue toro de hacer sufrir, pero Ferrera se estuvo tranquilo y dueño.
El segundo, de la prolífica reata de los músicos Núñez -un Gaitera ¿o Gaitero?- sacó tipo, cara y estilo radicalmente distintos. Abrochado, engatilladito, terciado, bajo de agujas, lomiliso y no ensillado, bonito. Elástico, bondadoso, de ritmo seguro, metió la cara sin duelo y tuvo el llamado 'tranco de más'. Morenito de Aranda, airosos lances de saludo, no terminó de romperse con él. Una faena muy habilidosa, y a ratos ligera porque se tuvo la sensación de que en todas las tandas se quedaba corto o se iba antes de tiempo a rematar con el de pecho.
Garbosos pases de pecho: todo el toro por delante en un solo tiempo. Una tanda excelente al ralentí en redondo, pero solo una y breve. Discreto el encaje por la mano izquierda del toro, que fue tan buena como la otra. Una estocada delantera cuasi al encuentro soltando el engaño y el toro rodó. Una oreja.
Chorreado en verdugo, muy badanudo, alto y largo, acucharado y estrecho de sienes, boyancón, aura de toro viejo, casi 600 kilos, el tercero no fue como el primero ni como el segundo sino todo lo contrario. Trotón, suelto, a su aire, más desganado que queriendo, se dejó hacer, pero, andarín, dejó de pronto de pasar y mandó algún recado sin avisar.
Muy decidido Alberto Aguilar: encajado, dispuesto a todo. Hasta abrir en la distancia y desde los medios, y el toro no estaba para fiestas. Demasiado gentil el trato, serio el empeño. Por encima del toro el torero, como se dice y bien. Un pinchazo hondo y un descabello.
Luego se soltaron los tres negros. El cuarto sacó fiereza, agresividad. Por activa y por pasiva. Con diferencia, el más difícil de la corrida. Frenado de salida, medias arrancadas, escupido del caballo, se cambió con solo tres picotazos a petición de Ferrera. Rondó la idea de condenar al toro a banderillas negras. La gente se echó encima de Ferrera tras el cambio de tercio y pretendió que no banderilleara. Lo hizo con agallas y genio.
Toro de doble fondo
Parecía echada la suerte -toro intratable, público hostil- pero no tan de pronto y sí poco a poco se fue cambiando el signo de las cosas y volcando el ambiente. Toreo de muy alto riesgo: toro crudo, que nunca llegó a entregarse del todo ni del todo rendirse, como es propio del toro agresivo; firmeza y pasión de Ferrera para, consintiendo lo indecible, enganchar al toro por la mano izquierda en las rayas, frente a chiqueros, y ligarle ajustadas tandas plenas. Toro prendido de los vuelos siempre, y entonces parecía un toro de doble fondo.
La tensión fue tremenda, se mascaba la cogida, ni un centímetro cedió Ferrera, que se vaciaba en cada pase. La gente tomaba aire en los de pecho y estaba de repente bramando. Y con el torero. Faena de recursos auténticos -la elección de terreno, sitio y distancia, las trincheras en su razón natural- y salpicada con lindos logros: dos o tres naturales a cámara lenta, uno soberbio del desdén. Sin ayuda de la espada, Ferrera entró en ebriedad, no se cansaba, terminó por tener el toro en la mano. Una soberbia manera de poder. Estocada desprendida. Trabajo de mayor categoría. Una oreja solamente.
Ancho y hondo, el de los casi seis años, fue toro de respeto y seria conducta: pronto, vivo pero distraído de partida, suelto de varas, bien sangrado, un punto incierto si no venía toreado. Un par de hoscos gañafones. No se tomó confianzas Morenito ni terminó de ponerse. Puro oficio, conformismo, mucho pensárselo y una eternidad con el descabello.
El sexto, 'Pianista', de la reata de los músicos, fue el más completo de los seis. De muy elegante porte -finas cañas- y seria envergadura -algo acodado, y eso suavizaba la artillería-, hizo amago de saltar antes de ser picado, tuvo un arranque brusco de toro crudo, se templó de maravilla Alberto Aguilar.
En un palmo de terreno, por las dos manos, en tandas breves pero a suerte cargada y bien rematadas. En la distancia precisa al cabo de algunas pruebas. Los toques y los enganches sencillos. La gente explotaba en los remates de pecho. El gancho del torero de Fuencarral, que tanto llega y no se cansa. Dos rajaditas del toro, pero una última tanda en redondo absolutamente memorable. Una estocada. Gran triunfo.

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