sábado, 31 de agosto de 2013

Álamo, capitán en la macrofiesta de Cuenca

Día 27/08/2013 - 01.49h

Corta cuatro orejas y se hace el amo del cartel de figuras en una corrida monstruo en la que olvidaron el trapío

«Tunante» se llamaba el primero, con más pinta de becerro que novillote. «Tunanterías» de los que consintieron que la macrofiesta se llevase a cabo, pero hete ahí que se presentó una taquilla demasiado golosa en tiempos de crisis. No es de recibo ofrecer un espectáculo con trozos del ruedo como un lago de patos, el agua amenazante y los tendidos convertidos en piscina. ¡Y algún palco con goteras cual cataratas del Niágara! Algún palco, sí, el mismo en el que José Luis García y Resurrección habían pagado 95 euros del ala por entrada. Casi un talón de doscientos por ver parte del festejo paraguas en mano y con un cubo de fregona a sus pies para que la gotera no encharcara más el suelo.
La macrocorrida del chivo -de juzgado de guardia que en tarde de tanta expectación y en la corrida monstruo se olviden del trapío del toro- arrancó con cuarenta minutos de retraso, porque no vayan ustedes a creer que había lona para resguardar la arena: nada de nada. Y eso que las previsiones meteorológicas bien que anunciaban lluvia. A eso de las seis, los operarios comenzaron a arreglar el piso. Se afanaban los hombres y agotaron los sacos de serrín de las carpinterías de Cuenca y alrededores. Se puso manos a la obra hasta el empresario, Maximino Pérez, que todo hay que decirlo creó una atractiva feria sobre el papel. Al César lo que es del César. Pero la organización de este lunes...
Así las cosas, a las siete y diez arrancó el paseíllo después de retratar granizos como melones entre la ovación del bendito público. Enrique Ponce hizo olvidar el impresentable trapío del primero con su elegancia a la verónica y en una faena de temple. Al cubo lo halló en un cambio de mano preciosista. Pulseó a la perfección la embestida, que dentro de su nobleza le tiró algún derrote. Mediada la faena, arreció otra vez el aguacero con fuerza y el de Chiva pintó muletazos con sabor. Con el público convertido en el paraíso del chubasquero, inauguró el marcador peludo.
El Juli se empapó de toreo del bueno. Qué manera de templar, de poder, de trenzar... Roto y con expresividad ante el rival, con un viaje de almíbar. Hasta que en las manoletinas del epílogo se rajó a tablas. Ya sin lluvia, paseó una oreja.
Se anunciaba la reaparición exprés de Manzanares, con una recuperación de su esguince que ni Billy el Niño... Perdió el premio con el descabello ante el bonachón tercero, con el que se templó con el mando a distancia.
La faena más maciza se apellidó Del Álamo. Vaya firmeza de planta y toreo por abajo. Vaya manera de engarzar los muletazos, con ajuste. Todo con la verdad por delante, la misma con que se tiró a matar, pese a caer defectuosa la espada. No importó: merecido doble galardón.
En el segundo tiempo pensábamos que mejoraría la presencia de la corrida de Daniel Ruiz, noble y con clase, sin excesos de fortaleza (aunque a veces dio la impresión de patinar por el ruedo remendado), buena salvo el parado y flojo quinto -al que Ponce, autor del quite salvador, sacó más de lo que tenía con técnica y ambición- y el justo y blando sexto -sin opciones de lucimiento para Juli-.
Manzanares encandiló con su estética en el estupendo séptimo, un torete para ahondar en lo que no se profundizó. El que sí buceó fue Juan del Álamo con el sobrero. El sustituto de Morante se puso el uniforme de capitán y se merendó a los maestros, a los que nadie discute su deseo por agradar y lo ya escrito. Pero el salmantino se colocó, se aplomó, barrió el barro y se hizo el amo del "corral" de las figuras con valor y autenticidad. Ya con la anochecida encima, los ayudados finales contuvieron más torería que lo vivido en esta historia interminable. Mereció la pena mojarse por ver la crecida de Álamo, a hombros con Ponce y el mayoral.

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