domingo, 25 de agosto de 2013

Pablo Hermoso, sheriff a caballo

Día 25/08/2013 - 03.51h

Cierra la feria por la puerta grande, en compañía de Leonardo

Pablo Hermoso, sheriff a caballo
Con un atuendo con más aires de bandolero de Sierra Morena que de forajido del Oeste, Pablo Hermoso de Mendoza se convirtió en el sheriff a escasos kilómetros del desierto de Tabernas. No hay un mandamás a caballo como el navarro, que nos alejó del toreo ecuestre mundano para adentrarnos en el arte. Creatividad en estado puro a lomos de «Disparate», con el que pintó abaniqueos y pases imposibles, como si el equino fuese una muleta que una vez ofrecía el costado derecho y otras el reverso. ¡Qué barbaridad! De esta guisa recorrió el anillo a dos pistas, trenzando una melodía con «Zapatero», que así se llamaba el estupendo ejemplar, mejor aún bajo las riendas del estellés.
Delirio absoluto en la plaza, fascinada cuando se inventó entremedias unos quiebros de antología. Bendita locura la desatada por «Disparate». Ni las banderillas siguientes ni el desafío, un duelo de tú a tú a modo de western, superaron lo vivido. Pero el caballero, que lo había encelado maravillosamente de salida, quiso exprimir hasta la última gota. Llegó entonces un epílogo de cortas sobre «Pirata» y la suerte del teléfono, que rozó la conferencia de tanto recrearse. El par a dos manos fue el acabóse. Todo iba camino de un final de cuento, pero el rejón de muerte abortó el triunfo. Ahí quedó una obra para el recuerdo.
Curiosamente sí le premiaron con dos generosas orejas en el cuarto, al que también mató mal. Hermoso tuvo que poner toda la carne en el asador en una faena con espacios caros, como unas trincheras cambiando el viaje por los adentros, y muchos guiños a la galería, anonadada con su experiencia. El sheriff invitó al mayoral de la ganadería de Sánchez y Sánchez a compartir la vuelta al ruedo, como recompensa a una corrida con cuatro balas propicias para el éxito.
El distraído segundo, bautizado también como el anterior presidente, estaba más pendiente de los tendidos que de lo que se cocinaba en la arena. El guiso de Leonardo tuvo su habitual fibra pero careció de la sal suficiente, y eso que el mansote animal a veces se arrancaba con potencia. Mérito en las banderillas desde dentro hacia fuera, desde aquí hasta acullá, cosidas a una ruleta que entusiasmó. Acobardado, «Zapatero» emprendió la huida a chiqueros. Quiso avivar el fuego con cortas al violín y una rosa que no cayó precisamente en el mejor sitio del «jarrón». Agallas y riesgo en su brava faena al colaborador quinto, en el que brilló en muletazos por el interior y al que desorejó.
Manuel Manzanares, con altibajos, puso voluntad ante el soso tercero y le regalaron una peluda por la eficacia en la hora final. Deseoso por agradar en el sexto -¡otro «Zapatero»!-, perdió la salida a hombros por el descabello. La doble puerta grande de Pablo y Leonardo retrató un broche feliz.

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