sábado, 17 de agosto de 2013

Juan del Álamo, buen toreo

El toro más completo de la corrida de Montalvo fue el segundo. Sacristán. Castaño albardado, de armónicas proporciones, 530 kilos, lo hizo casi todo bien. Casi todo bien: la mano izquierda no tuvo ni el son ni el temple de la diestra. Lo que tuvo el toro fue un ritmo regular. Fijeza y nobleza se dan entonces por descontado. Y, en fin, por tener tuvo la suerte de encontrarse con el torero preciso, que fue Juan del Álamo. Su tercera salida en Madrid en lo que va de año. Su tercer triunfo. Éste fue seguramente el más redondo. Por la manera de entenderse con el toro y de acoplarse a su son, que es lo que redondea un trabajo; porque el trabajo todo, de capa y muleta, fue de ambición, y la ambición es ajuste y firmeza; y, en fin, porque la garra tan distintiva y tan distinguida del torero de Ciudad Rodrigo se ha ido serenando y asentando sin dejar de ser conmovedora. A eso se le llama en arte «sinceridad», o espontaneidad. Ninguna de las dos cosas, reñidas con el toreo clásico.
Cada vez torea mejor con el capote Del Álamo: de caro y limpio compasito las verónicas de recibo, buen toreo de brazos, excelentes los dos lances de brega y la media con que dejó al toro en suerte para el primer puyazo. Y cada vez mejor muletero: espléndidos los siete muletazos de apertura, cinco de ellos genuflexos, y tres de ésos, cambiados, y suaves y poderosos, y cosidos con ellos la trinchera y el del desdén; al tercio con el toro, y dos tandas de cuatro en redondo, enroscadas y ligadas a modo, templadas por abajo, bien rematadas. Tal el ajuste que el toro estuvo a punto de desplazarlo con el golpe del riñón. Hubo toreo del de meter el torero los riñones, que ya no se gasta apenas. Esa docena y media de muletazos -tan puesto, despacioso y firme el torero- embalaron la faena y calentaron a la gente. Se vio segurísimo a Juan.
Una hermosa corrida: las hechuras elegantes, rematados los seis toros. Cuatro rubios y dos negros. De los dos negros, el tercero de corrida, muy en el tipo antiguo de Jandilla-Zalduendo, fue particularmente bello. Un punto grandón el colorado con que se juntó en lote. El toro de la confirmación de alternativa de Alberto Lamelas, bajito, serio y remangado pero acucharado y reunido, fue un dije. Los seis toros cumplieron bien en varas. A los dos de menos poder se les administró el castigo. No todos quisieron igual. El segundo de Del Álamo, jugado de cuarto porque se corrieron turnos mientras se atendía a Lamelas de una cornadita en el escroto y un puntazo en la espalda, se aplomó y tardeó antes de pararse. A toro parado, airosos desplantes de Juan, y el desplante entendido como suerte y no adorno. Y un abanico.
El negro tan ajandillado que hizo tercero galopó de maravilla, pero se aburrió en el caballo y escarbó mucho luego. Fue toro con fijeza y noble, sin embargo. Muy valeroso López Simón, que ni perdono quites -por villaltinas en el segundo, por chicuelinas en el cuarto- ni se escondió: embraguetado incluso cuando toreó de rodillas al tercero en tanda temeraria. Pero abusó de torear al toque y no enganchando, y error que pagó con fea voltereta. De ella salió crecido y seguro, más entregado que antes. Pero no pasó con la espada.
Parecido aliento con el quinto de corrida, justo de fuerzas pero nobilísimo, y escarbador, y un juncal trasteo que terminó «metiéndose en el toro», como decían los clásicos: cruzándose al pitón contrario. Ahora entró la estocada que hubiera rematado el otro trabajo.

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