El Juli, por la puerta grande de Bilbao

ANDRÉS AMORÓS / BILBAO

Día 19/08/2013 - 22.17h

Ponce corta una oreja en una faena extraordinaria

EFE

El Juli, feliz entre la multitud en su salida a hombros

De los toros de Santa Coloma (La Quinta) hemos pasado a los Domecq, preferidos por las figuras (Garcigrande y Domingo Hernández). Son todos mansos, flojos pero manejables.

El segundo toro se llama «Violín». Embiste suelto, flojo, rebrincadito; es un manso bonancible que va a más en la muleta. El Juli lo sujeta por bajo, liga. El diestro impone su mando, logra vaciar por completo la embestida, acaba con circulares. Entrando de lejos, con salto, logra una estocada hasta la mano de efecto rápido: dos orejas. El quinto, algo protestado de salida, es un manso que cocea en el caballo, salta como una cabra loca, huye. Con mucha técnica, El Juli le baja la cabeza, aguanta arreones, consigue naturales largos. Como no cuadra bien, mata a la segunda, trasero, al encuentro, pero la faena tiene tanto mérito o más que la anterior.

Su gran arma

El tercero es manso pero no plantea problemas, se mueve mucho, permite que le den cien pases: buenos, malos y regulares. Alejandro Talavante se luce en los estatuarios y naturales de mano baja, su gran arma. Pincha antes de la estocada, pierde el trofeo pero da la vuelta al ruedo. Al último le pican muy poco, humilla pero no se emplea, es sosísimo. Talavante le saca algunos naturales pero falla con los aceros.

El primer toro es un manso deslucidísimo, topa, se distrae con todo, huye a tablas. El cuarto no promete nada pero Enrique Ponce lo brinda al público. Sin dudarle, dibuja preciosos muletazos, templadísimos, de cartel de toros; naturales con el toro prendido en los vuelos; un perfecto «tres en uno»; un cambio de mano prodigioso; varias poncinas seguidas... Todo ello, con naturalidad, con armonía, sin mover los pies, cimbreando la cintura, meciendo las telas. Faena de estética impecable: sólo un maestro en plena madurez la consigue. El presidente no lo ve así, supongo. Poco importa: queda el recuerdo de haber disfrutado con una faena extraordinaria.