domingo, 25 de agosto de 2013

Tarde espiritual de El Juli en Almería

Día 23/08/2013 - 16.24h

La muleta de su primera faena y el capote en el quinto se ganan la puerta grande

Llegaba Enrique Ponce con los laureles de dos grandiosas tardes bilbaínas, cantadas con fervor por aficionados como Maxi Pérez, que cruzó de Norte a Sur la piel íbera para no perderse el paseíllo del triunfador de la pasada feria de Almería. El romo descabello y Garcigrande, que lidió un conjunto de escasa guapeza por fuera y menos aún por dentro, quebraron el idilio del maestro con esta tierra. Agradecido debe estar el ganadero a los toreros, muy por encima de una corrida de desclasada y áspera movilidad, que en nada se pareció a su estupenda hermana de Vista Alegre.
El triunfador indiscutible fue El Juli, que se marchó en volandas. Después de las variopintas opiniones sobre su puerta grande en Vista Alegre, vivió un atardecer de barniz espiritual, profundizando en sus raíces y exhibiendo el magisterio que le han otorgado los años. Si en su primero encandiló con la muleta, en el segundo sedujo con el capote. Si aquella se une a este en el mismo espacio, frente a único enemigo, hubiese armado un alboroto de altísimo calibre. Julián López provocó ya los plácemes en un mixto por chicuelinas y cordobinas.
Thriller emocional en el prólogo, colmado de ritmo, que también fluye con los talones clavados. Plantó las zapatillas en la raya y, sin enmendarse, se fajó en media docena de pases de firmeza cabal. Engarzó un redondo y sacó hacia fuera al garcigrande, que se movía pero sin entregarse, tónica general del encierro. La entrega nació del madrileño, que cuajó de todo a un toro que no merecía tanto. En un palmo de terreno, jugó por aquí y por allá, por delante y por detrás. Bárbaro de verdad El Juli, que acabó con una mondeñinas de valor adriático, totalmente de perfil. La estocada caída fue la única mácula de una obra con la que el usía se estrenó con la doble pañolada. Por si alguien estimaba generosa la gloria, arrebató otra oreja en el quinto, con el que formó un auténtico lío con el capote, lentificado en dos verónicas y colosal en las zapopinas, que no fueron de las mundanas sino por abajo, sencillamente extraordinarias en su remate. La variedad de ayer se fundió con la espiritualidad de hoy. La vida pasó luego por delante en un cambio de mano. A partir de ahí, desafío a un toro peor de lo esperado.
El otro trofeo se lo ganó Perera del tercero, soberbio en un quite que no fue bueno, sino superior. Lo opuesto al rival. Poderoso y con bestial aplomo, el extremeño fue acortando distancias en una labor admirable, rematada con un espadazo. Tampoco fue un dechado de bravura el sexto, en el que lo más vibrante fueron los inicios pendulares.
Con gesto de rabia se marchó a pie Perera, al igual que Ponce. Su primaveral plenitud en el otoño de su carrera se atisbó desde esos lances de saludo al primero, en el que se adivinó un viaje mayor por el potable pitón zurdo. Los doblones del prólogo fueron la conjunción perfecta de torería y naturalidad en el poder, con un cambio de mano de quitarse el sombrero. Antes que pronto presentó el valenciano la izquierda, aunque no quiso dejar sin explorar la derecha, cuya palma experta ahormó la embestida cuando pocos apostaban por ese lado. Ni una libra hubiésemos jugado en una quiniela por el cuarto, al que cinceló tres tandas imposibles. ¡Vaya dominio y estilo! Todo lo opuesto a "Langostino", una birria desrazada y tosca a la que oxigenó. Hasta que se apalancó sin más opciones. La luz del toreo de Ponce, que ha recargado las pilas de la ilusión de sus seguidores, permaneció entre las sombras de la deslucida corrida.

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