domingo, 12 de agosto de 2012


El Rey presidió la corrida del bicentenario de La Pepa

El caballero Hermoso de Mendoza brilla entre la mansada a pie

Día 11/08/2012 - 23.41h
Calor sofocante, africano, el que se dejó sentiren el transcurso de un acontecimiento como el que se vivió en el coso portuense. No todos los días se puede ver uno honrado con la presencia de Su Majestad el Rey Don Juan Carlos, que volvió a mostrar su apoyo a la Fiesta. Pero la conmemoración del bicentenario de la Constitución de las Cortes de Cádiz, La Pepa, bien lo merecía. Y pudo comprobar el Monarca elcariño que se le profesa por esta tierra. Por cierto, una preciosidad poder escuchar la Marcha Real en una plaza de toros. Y en El Puerto suena de maravilla.
Luego vino la realidad, esto es, lo que aconteció en el ruedo. Y fue que salvó la tarde Pablo Hermoso de Mendoza, que cortó tres orejas. Porque lo que vimos con los toros de Santiago Domecq hacía tiempo que no sucedía. Vaya mansada para la corrida del Bicentenario de La Pepa…
Pablo Hermoso de Mendoza volvió a dictar una lección de temple, precisión y acierto en sus dos faenas. Abrió plaza un gran colaborador de Fermín Bohórquez, de embestida pastueña que posibilitó que el navarro estuviese no sólo a gusto, sino que cuajase una faena redonda basada en dos caballos principalmente, «Chenel» e «Ícaro». Con el primero, las banderillas a una mano, dejando al astado en los medios, hizo vibrar a la plaza, sobre todo llevando al astado pegado a la culata del caballo y éste a dos pistas para cambiarle el viaje. Y con el segundo, acercándose a unos terrenos muy peligrosos y dando el equino con su testuz en la del toro. Mató a la primera y cayó, también, la primera oreja.
Alboroto aún mayor
A su segundo le formó un alboroto aún mayor. La faena tuvo más mérito porque aunque el astado se desplazó, no lo hizo con la misma fijeza del primero. Pero Hermoso, en estado de gracia, puso sobre el albero a «Manolete» y a «Viriato», entre otros, que refrendaron la gran cuadra que posee el de Estella. Lo hizo todo medido y con acierto, y las banderillas cortas enardecieron al respetable. También mató a la primera y ahora fueron a sus manos las dos orejas.
Sebastián Castella veroniqueó a su primero demasiado ligero., lo mismo que el quite por chicuelinas. Ya en banderillas comenzó el de Santi Domecq a encerrarse, a apretar para los adentros. Mérito de José Chacón en los dos pares de banderillas. Y buen comienzo de faena por alto y clavadas las manoletinas al albero. Bueno el trincherazo. El astado se tragó dos series, dos, antes de cantar la gallina y, al verse podido, comenzó su huida a tablas. Allí acabó, por mucha voluntad que le pusiese el francés para sacarlo de dichos terrenos.
No pudo resarcirse Castella ante el quinto, otro toro que no dijo cosas buenas de salida y cuyos primeros tercios fueron puro trámite. Puso en apuros a Javier Ambel al apretarle mucho a la salida de un par de banderillas. Castella se colocó, lo intento: lo sacó a los medios y le enseñó la muleta. Pero ayer no era el día de que embistiesen los toros de Santi Domecq –y bien que lo siento por el ganadero-. Nada más ver la muleta hizo como sus hermanos, buscar el refugio de las tablas. Vamos, para desesperar al mismísimo santo Job. Nada que hacer. Pero nada, que se escribe pronto. Lo mató de mala manera entre el enfado del público.
El extremeño Miguel Ángel Perera, que ya venía de triunfar el domingo pasado en este coso aún sin cortar las orejas, dejó un quite por tafalleras rematado con una gaonera, extraordinario. Pero, ay, amigo, el de Domecq duró un suspiro. Tras una serie diestra de mano baja y ligada, el animal dijo que se iba a tablas y que de allí no lo sacaba ni la Guardia Civil. Y mira que lo intentó Perera. Pues nada. Se eternizó con la espada y también escuchó un recado.
Cerró plaza un colorao violentito y a la defensiva al que Perera abordó en la faena de muleta para no dejarlo pensar. Pero no se entregaba el astado. Sí el torero, que no cejó en su empeño y acortó las distancias, algo que entusiasmó al público, hastiado de tanta mansedumbre. Fue faena más deseada que real, con el torero por encima, eso sí. La señora presidenta no tuvo reparo en darle las dos orejas. Dios mío...

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