sábado, 25 de agosto de 2012


El toreo, perseguido por el arte

Si carteles fueron los muletazos por bajo del triunfador Ponce, auténticas pinturas enmarcaron las verónicas de Morante

Día 24/08/2012 - 19.40h
El toreo, perseguido por el arte
EFE
El Diestro Enrique Ponce da un pase con el capote a su segundo toro
Con la anochecida encima y el tic tac del cierre abecedario pisando los talones, la soledad se quedó en la plaza. Se habían apagado ya los brillos de los chispeantes, pero en el lienzo del ruedo aún se reflejaba el paisaje del arte, única permanencia cuando el hombre desaparece.
Con permiso de Velázquez, Dalí o Picasso, aún faltan grandes obras en los museos. Si carteles fueron los muletazos por bajo del triunfador Ponce, auténticas pinturas enmarcaron las verónicas de Morante, ganando terreno, la cintura rota, un crujir tan intenso que dolía. Y dos medias que aún se cimbrean en ese tejido ocre en el que Morante fue maravilla pura para los sentidos. ¿Y las chicuelinas? Nada que ver con las toneladas que abundan a lo largo de la temporada: monumentos circunferenciales.
La faena se erigió trazo a trazo, desde ese inicio con los ayudados de mayor hondura de la feria. El parladé no era del todo claro e incitaba a los tendidos a saltar a la arena para darle cuerda. Ni falta que hizo.Morante condujo las embestidas con el alma, el único arma capaz de conquistar emociones, como nos recordó en su amnesia selectiva el pintor sevillano J. J. Jiménez. Él, como Morante, no busca el arte; el arte los persigue a ellos. En esa danza de fantasía, centrada en el pitón zurdo, la chispa se encendió con molinetes, desdenes y cambios de mano, un añejo trueque. Toro, yo me entrego a ti, y tú pasas por mi cintura. Porque no hay torero que se haya embraguetado más en esta feria.
Toque preciso y naturalidad desnuda, sin aditamentos, pero salpicada de un tesoro de filigranas curvilíneas. ¡Fuera líneas! Lástima que no rubricase la obra por arriba, pero la afición pidió con pasión la oreja. No le gustó su materia prima en el quinto, geniudo y brutote, con el que lo intentó sin vulgaridades.

Triunfo de Ponce

Bastante más estilo lució Enrique Ponce que su primer mulo, descastado y sin clase. Remiso a embestir, el valenciano lo hizo poco a poco a derechas, aprovechando la inercia de los adentros. Mediada la faena, sacó naturales de uno en uno, pero sin la intensidad suficiente por la birria desbravada. El bajonazo emborronó todo.
Brindó al público el encastado cuarto, «Disgustado» de nombre, que alegró la corrida. Arrancó con toreros doblones y dejó vibrantes series a derechas con cambios de mano que causaron el furor, al igual que las poncinas. Bellísimos los ayudados por bajo del cierre, de ooole, a los que acudió la llamada del arte. El maestro pinchó antes de una estocada baja, pero el público estaba encandilado y eso no fue óbice para el paseo del doble trofeo.
Castella anduvo entregado con un tercero potable e insulso. Faena jaleada, sobre todo cuando se metió en un palmo de terreno, pero esta vez el presidente no atendió a la petición orejil. Sí se la ganó entre la euforia en el buen sexto...
La memoria conservaba las pinceladas de arte mientras aupaban a Ponce en volandas.

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