martes, 21 de agosto de 2012


Seis toros muy astifinos

La corrida de La Quinta fue preciosa. Armada, pero no descarada. Y muy astifina: las astas pálidas, los pitones negros, buidos, brillantes. En peso los seis, incluido un sexto que pasó con sus 570 kilos muy por encima del promedio de 520. Hubo toros particularmente bellos: un segundo casi entrepelado y de bravo aire; un cuarto cárdeno tan malva que se transparentaba, y casi ensabanado el tronco, careto -blanca la pinta de la faz, como merengue o polvorón-, rabicano, coletero, lustroso a pesar de ser de pinta clara, listón, bragado. Un poema. El toro de más carnes, el sexto, fue el único de basto remate, pero el que mejor descolgó y el de más largos viajes.
El quinto, de capa muy parecida a la del cuarto, no fue tan de cromo. No solo eso: sino que esos dos salieron de condición muy distinta. Noble el cuarto; listo y un punto avieso el quinto, que fue, por cierto, muy badanudo. Hubo un solo toro cinqueño -el tercero de corrida- y se dio aire diferente a los otros cinco: más rizado el testuz, más ancha la cuna. Bajos de agujas los seis, pero sin ser cortos de manos. En el tipo de Santa Coloma estuvo la corrida. El primero y el sexto, más en la línea predominante de Ibarra, que da un toro de más sencilla forma de ser; en la frontera del cruce con Saltillo los otros cuatro, y de fondo más revuelto.
Fue, sin contar la díscola conducta del quinto, corrida de general nobleza. El segundo cogió a Eduardo Gallo y lo tuvo encunado, pero no hizo por la presa sino por quienes vinieron a quitársela. El toro de Santa Coloma no es de humillar, ni siquiera cuando descuelga. Pero es pronto y no se hace de rogar. A ese guión se atuvo la corrida toda. El primero obedeció en son, fue toro elástico; el cuarto sacó el punto de viveza propio del encaste; el sexto, cuyo gateo de salida fue tan prometedor, se acabó dando sin regalarse.
No fue corrida fácil ni difícil. Ni de público ni tampoco de toreros. Pero tuvo su personalidad distinguida y no fueron casuales las palmas en el arrastre para los tres mejores. El tercero, el cinqueño, fue el más apagado de los seis; el segundo, de porte y gesto bondadosos, echó mucho la cara arriba y protestó en la corta distancia. Al quinto, en fin, hubo que echarle de comer aparte. No fue toro zapatillero ni pegajoso, pero sí distraído. Atizó en serio en dos o tres bazas, se sacudió el engaño. Pero a ese garbancito negro y no solo a él les faltó la chispa, el motorcito, el viaje suficiente, la entrega y el ritmo de los toros mejores de una ganadería tan rica en reatas y registros como la de La Quinta. Algo frío el lote entero, que cumplió en los caballos. El cuarto, con corazón; el primero, con calidad.
Más brillantes
Con el lote más propicio, Antonio Ferrera hizo las cosas más brillantes: lancear encajado a sus dos toros de salida, lidiarlos con autoridad; banderillearlos casi a capricho y hasta regalar a la gente un tercio de banderillas en el cuarto que fue mixtura de lances de capa y reuniones en la cara de distinto color mientras, entre par y par, dejaba el capote posado en vertical como un mojón en la arena; y torearlos de muleta con facilidad, buen pulso y buenos brazos, rematar tandas con el de pecho, no cansarse, no pasar ni un mal apuro. Sobrado de oficio y, además, ganoso, porque hacía tiempo que no toreaba en Bilbao. La tanda final a pies juntos al cuarto toro -de perfil, encajada, perdiendo pasos- fue ejemplo de buen toreo. Una estocada desprendida y con vómito en el primer turno; dos medias -soltando el engaño en el primer ataque- y un descabello después. Lo aplaudieron con fuerza, cariñosamente.
Gallo bailó con la más fea. No solo porque el quinto no aguantara ni una broma, sino porque con el segundo, aunque arriesgó, no terminó de acomodarse. El toro pareció pedirle el sitio y la distancia que Gallo, de siempre más a gusto el toreo de cercanías, se resistió a darle. Una rara estacada tendidísima que asomó fue un borrón. Estuvo, a cambio, en torero entero.
Morenito de Aranda se prodigó con el capote pero en lances forzados y no en su mejor versión de capotero de manos bajas. Le pegó al tercero, que no metió los riñones ni una vez, doblones hermosos pero innecesarios y le hizo al sexto una faena de mucha vibración, imaginativa, se saber ganar y perder pasos a tiempo, de buen dibujo, con muy airoso final clásico de toreo cambiado y recortado. El garbo. Pero ni entró la espada ni pasó Morenito. Morenito, por cierto, se llamaba también ese sexto toro.

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